Dijo que tenía 'un evento', y al interesarnos por qué tipo de fiesta, convite o presentación se trataba, ante nuestra perplejidad aclaró: «Es el funeral por un conocido que acaba de fallecer». ¿Humor negro? Nada de eso. Los funerales han entrado en esa manida categoría ... como lo confirma un vistazo a las webs del sector: «Organizamos toda clase de eventos a medida de nuestra clientela: bodas, cumpleaños, despedidas de soltero, fiestas infantiles, reuniones familiares, ritos funerarios...».

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'Evento', y también 'experiencia', son palabras de moda que ahora sirven para cualquier cosa o para casi ninguna dado que, como los tráileres de muchas películas, ofrecen de entrada un bonito ruido a la espera de si ello se sustancia en muchas o en pocas nueces; pronunciadas en el momento y con el tono adecuado quedan chics. Ya hasta hay una especialidad técnica, el 'marketing experiencial', que se basa en suscitar el apetito por esas ofertas de ocio que prometen sumergirnos en una vivencia especial, personal e intransferible.

Las hay de todo tipo. Desde 'experiencias gastro' como comer aceitunas crujientes o beber agua mineral con gas («¡Vive la Perrier experience!»), hasta dormir en una cueva, pilotar una avioneta, bañarnos en la espiritualidad de un santuario budista o moldear un botijo alcarreño con las propias manos. Una empresa riza el rizo proponiendo 'la experiencia de un gran evento'. Lo que sugiere que nuestro amigo bien pudo rematar la conversación anunciando: «Tengo el evento funerario por un conocido que acaba de vivir su última experiencia»... e incluso «su last experience», que sería un óbito mucho más a tono con los tiempos.

En vísperas del día de difuntos, nos vuelve a la memoria una curiosa anécdota histórica que acaso ilustra nuestra relación con el 'irreversible evento'. Madame de Coislin, antigua amante del rey Luis XV de Francia, hallándose en su lecho de muerte recibió la visita de un caballero ilustrado que, acodado junto a su almohada, le dictó al oído la manera de salir del trance: bastaba con que mantuviera los sentidos bien despiertos y no bajase la guardia en ningún momento. «Lo creo —respondió la aristócrata—, pero temo que voy a tener una distracción». Pasado un rato la dama expiró. A raíz de aquello, cada vez que alguien se interesaba por la causa del desenlace se le informaba: «Murió de distracción».

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Con tanto evento y tanta experiencia, también nosotros corremos el riesgo de que nos mate la distracción. O directamente la purita tontería.

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