...que Dios ayuda a los malos
EL OFICIO DE VIVIR ·
Los vagones fueron embutiendo a una masa sudorosa mientras los inaptos para el combate éramos relegadosSecciones
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EL OFICIO DE VIVIR ·
Los vagones fueron embutiendo a una masa sudorosa mientras los inaptos para el combate éramos relegadosEstábamos en la capital de uno de esos países que presumen de rancia cultura y universalidad humanística. Eran vísperas de la Navidad y mucha gente emprendía viaje. También nosotros acudimos a la estación para tomar un tren que nos devolviera a casa, pero con tan ... mala suerte que justo la noche anterior una tormenta había destrozado kilómetros de tendido eléctrico. Ante la posibilidad de que el servicio quedase definitivamente interrumpido, un gentío se agolpó intentando coger ese último tren movido a gasoil.
Nosotros, padres con niños, teníamos las reservas adquiridas, pero en las circunstancias ello carecía de valor. Cuando se abrieron las puertas, asistimos a un remedo profano del salto de la reja en la romería del Rocío: empujones, pisotones, codazos, insultos y hasta llaves de lucha libre. Los vagones fueron embutiendo a una masa sudorosa e hiperventilada, mientras los inaptos para el combate –personas mayores y menores, muchachas, discapacitados− quedamos relegados. El timbre de cierre de puertas me sonó a campana de ring: habían ganado los más fuertes. Entonces entendí el sentido teórico de la consigna «Mujeres y niños, primero»; y su aplicación en la vida real: «Sálvese quien pueda».
A la madrugada siguiente, en una gélida estación de provincias, nos reencontramos varios de aquellos desafortunados viajeros. Tuvimos una tertulia de tono darwinista: bajo el peso de la más cruda selección natural, los que habían ocupado nuestro lugar en el tren apartándonos a empellones estarían a esas horas durmiendo al calorcito mientras nosotros aún aguardábamos a llegar a casa. Una señora mayor nos hizo reír con un viejo e irónico refrán: «Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos; que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos».
Este episodio, vivido hace ya bastantes años, me viene a mientes cada vez que escucho la bienaventuranza «De esta vamos a salir mejores personas». Porque la experiencia muestra que la solidaridad con los que van quedando al margen y la convivencia basada en robustos criterios morales tienden a declinar en situaciones de gravedad. Como seres racionales, ponemos en la balanza el beneficio y el coste de ayudar al prójimo, y si ello implica una severa pérdida para nuestros intereses particulares, la lógica de la supervivencia nos lleva a tirar hacia delante sin mirar mucho hacia atrás.
Ojalá que esta vez no ocurra así y se haga sitio en el vagón del futuro a quienes tienen o tenemos –una vez más− todas las de perder.
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