Urgente Retenciones en la N-I en Villabona, sentido Donostia, por un accidente múltiple

Cual gigantesco calamar, las exequias por Isabel II desplegadas con aparato y pompa dignos de un Nabucodonosor, llevan días extendiendo tinta por todas las páginas de actualidad. El grueso de la información se focaliza, obviamente, en la sección de Internacional, con flecos en las de ... Comunicación (cobertura, programas especiales) y Vida social (repaso a las glorias y miserias de la regia familia). Como la sombra del rey Hamlet, la difunta asoma también por las secciones de Economía (con pormenor de su colosal fortuna), Salud (¿cuál era su historial médico?), y hasta Deportes (practicó la equitación, pero el polo era su favorito; respecto al fútbol, no hay acuerdo si prefería al Arsenal o al West Ham, tarea para los historiadores del futuro).

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Tocante a la moda, se destaca que Isabel II inventó la 'sastrería diplomática' (¡nada menos!), con modelos conservadores en lo accesorio y audaces en lo cromático, contrastes de aplicación también a los gustos gastronómicos de una reina que desde niña desayunó y merendó una taza de té negro Earl Grey con leche pero sin azúcar, acompañada de pan con mermelada elaborada con fresas escocesas de los jardines de su castillo de Balmoral. Otrosí, sabemos ya que 'Muick' y 'Sandy', sus últimos corgis, no acabarán en la perrera sino al amparo del príncipe Andrés; noticia de alivio —se supone— para los amantes de los animales.

Agotada la información de fondo, cámaras y micros se encienden para recoger las manifestaciones de luto y condolencia de miles de británicos que despiden a su idolatrada reina: flores, mensajes y banderas, lloros desconsolados y espontáneos homenajes por la 'Gran Madre de la Nación'. Desparrame paradójico en un país que presume de flema y contención emocional («Darling, somos ingleses, solo mostramos afecto por nuestros perros y caballos», dice un personaje de 'El discurso del rey'). Estos días, Gran Bretaña se nos revela como una especie de Corea del Atlántico Norte unánimemente desgarrada por la muerte de su 'Amada Líder'.

Shakespeare, genio isabelino (por Isabel I, no por la II) y hoy emblema de la inmortalidad literaria, en un maravilloso soneto elegíaco rogaba que, a su muerte, sus seres queridos evitaran caer en excesos luctuosos: «No lloréis por mí cuando haya fallecido más tiempo del que dure el clamor fúnebre de la campana... pues os aprecio tanto que prefiero que me olvidéis si os causa dolor mi recuerdo». Elegante expresión de una flema típicamente 'british' opuesta al actual concurso de flemones.

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