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Domiciano, el último emperador de la dinastía Flavia, mandó traer a Roma desde Heliópolis, una ciudad del Antiguo Egipto, un singular obelisco que descansa sobre un elefante diseñado por Bernini. Es un monumento que siempre me ha llamado la atención, cada vez que paso por ... la Piazza della Minerva, muy cerca del Panteón. Los historiadores aseguran que simboliza la sabiduría divina, según el mensaje que quería trasladar el papa Alejandro VII. En efecto, en la columna hay grabada una frase, que encaja muy bien en el conjunto de la plaza: «Se necesita una mente robusta para mantener una sabiduría sólida». Y digo esto porque justo enfrente se levanta el palazzo Severoli, sede de la Academia Pontificia Eclesiástica, la 'fábrica' de diplomáticos de la Santa Sede. Al último nuncio (embajador) apostólico en Madrid, Renzo Fratini, le ha faltado sabiduría para dejar el cargo con un expediente inmaculado (y anodino) y cerrar su carrera, sin embargo, con un agrio enfrentamiento con el Gobierno socialista de Sánchez.
La diplomacia vaticana es una de las más antiguas del mundo, pues ya había representantes del papa en la corte imperial de Bizancio, en el año 453. También pasa por ser una de las más astutas, gracias a la enorme información que acumula, dada la implantación de la Iglesia católica en casi todos los rincones del planeta. Esa destreza tan necesaria para la geopolítica de la Santa Sede, los diplomáticos del Papa la adquieren en la Academia de Piazza della Minerva. Fundada en 1701 por Clemente XI, antes se denominaba Pontificia Academia de Nobles Eclesiásticos y uno de sus emblemáticos directores fue el cardenal Rafael Merry del Val y Zulueta, con ancestros en Álava. Los aspirantes a ocupar cargos en la Secretaría de Estado y en las nunciaturas acceden a esos estudios tras una severa selección, en la que también tienen influencia algunos eclesiásticos españoles.
El encontronazo entre Renzo Fratini y la vicepresidenta le ha venido bien al Ejecutivo de Sánchez, que salió un poco trasquilado de sus contactos con el Vaticano por la inexperiencia diplomática (y una cierta soberbia) de Carmen Calvo. El nuncio, cuya presencia apenas se ha notado durante sus diez años en Madrid, rompió una regla de oro al declarar que el Gobierno «ha resucitado a Franco», lo que suponía una intromisión en la política interna de España. Fue más que un descuido, pues le salió su alma conservadora en el último minuto, una vez ya relajado por su inminente regreso a Roma. El Vaticano se desmarcó de las palabras del nuncio con una nota muy comprensiva, pues ya había pedido disculpas de manera pública. Y es que en la Santa Sede no ha gustado la manera de gestionar este asunto por parte del Ejecutivo socialista, pese a que está a favor de que los restos de Franco salgan del Valle de los Caídos.
Fratini debería haber tenido en cuenta aquella expresión de San Ignacio de Loyola 'perinde ac cadaver' (a la manera de un cadáver), registrada en las constituciones jesuitas como la obediencia ciega al Papa y a los superiores. El nuncio representa al Papa y la nunciatura es la casa del Papa. Es una cuestión de disciplina. La ¿torpeza? de Fratini, además se produjo en plena ofensiva de Francisco para actualizar la misión de los nuncios, más allá de la cooperación con el poder civil, una función elemental pues se rigen por el Derecho Internacional. En noviembre de 2017 el pontífice argentino reorganizó la Secretaría de Estado con la creación de una Tercera Sección para tener un mayor control de la actividad diplomática y supervisar a sus funcionarios, con los que ya se ha reunido en varias ocasiones. También para darle un nuevo aire. Consciente del riesgo de la comodidad y de la mundanidad a las que están expuestos los nuncios, Francisco pretende reforzar la dimensión pastoral de su ministerio. Ya les ha propuesto una diplomacia inteligente «hecha de arte y caridad, que construya puentes con las culturas, la sociedad y los gobiernos, haciendo presente a la Iglesia y dando voz al Evangelio».
España ha tenido nuncios finos y reservados como Luigi Dadaglio, que le tocó lidiar con el espinoso 'caso Añoveros', y nuncios mandones e intervencionistas, como Mario Tagliaferri, que tomó el control del Episcopado y promocionó a prelados conservadores cuando se inició la gran restauración promovida por Juan Pablo II. Francisco les pide que sean pastores y mantengan un contacto vivo con el Pueblo de Dios, sin olvidar su perfil negociador y dialogante. Este retrato me recuerda al guipuzcoano Juan Sebastián Laboa, que no venía de la carrera diplomática, pero fue un nuncio con inteligencia y coraje, y que realizó grandes servicios a la Santa Sede en Panamá o en Libia. Es lo que necesitará el nuevo embajador del Papa en Madrid, que tiene por delante una misión difícil en un momento delicado, tanto en el aspecto político como en el eclesial. Bernardito Auza pasa por se un 'primer espada' de la diplomacia vaticana, un arzobispo experimentado y de absoluta confianza para los planes de Bergoglio en Madrid. La agenda es endiablada. Para empezar, la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, una operación en la que la Iglesia se tendrá que mojar. Y sin olvidar el frente interno, que incluye la renovación en ciernes del Episcopado español y la posible visita del Papa a España en 2021. La revisión de los Acuerdos Iglesia-Estado siempre ha estado en el debate y un Gobierno de izquierdas lo puede desempolvar, ahora que, según los últimos datos del CIS y parafraseando a Manuel Azaña, España está dejando de ser católica.
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