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El modelo de formación del profesorado está a debate en todas sus dimensiones y etapas: formación inicial, modelos de transición hacia la profesión o formación ... permanente. Pero, ¿cómo deben ser los futuros educadores? Ell docente, entre otros, debe tener un perfil humanista, conocimientos de ciencia, matemáticas, lengua… No hay duda, por otro lado, de que las escuelas del siglo XXI necesitan profesorado capacitado en habilidades digitales y en metodologías transgresoras. Pero lo que debe primar, por encima de cualquiera de las competencias mencionadas, es la pasión por aprender y mejorar a lo largo de la vida.
Así, no se trata de dotar a los futuros educadores de unas competencias instrumentales, sino de formar personas críticas que sean capaces de gestionar el entorno cambiante. Recordando las palabras de un colega experto en ciencia abierta, «la educación general estará orientada al fomento y despliegue de las habilidades críticas y creativas». Lo que sí sabemos es que algunos elementos son si ne qua non, imprescindibles: la capacidad de inspirar y de construir en equipo; desarrollar un bagaje cultural amplio y actualizado que les ayude a comprender el mundo para poder resolver conflictos y adaptarse a los cambios. Por ello, la innovación educativa requiere de mucha imaginación, creatividad, gestión de la incertidumbre y riesgo, pero también conlleva el tener confianza en el profesorado.
Los modelos de transición al mundo laboral también han sido motivo de discusión en los últimos meses. ¿Necesitamos un MIR educativo?, ¿cómo ayudamos al profesorado novel a valorar la profesión? ¿Cómo apoyarles para que actúen con criterios avanzados? Esta reflexión es fundamental para la transición intergeneracional a la que se enfrenta el sistema educativo vasco.
Sin llegar a cambios de estructura radicales, en los modelos de formación de profesorado ya disponemos de herramientas que ofrecen oportunidades para acelerar el proceso. Lo que se debe fomentar es el acompañamiento incondicional al profesorado novel por parte del centro y la universidad. En este sentido, los modelos en alternancia escuela-universidad son una apuesta avanzada y de futuro para fomentar el aprendizaje interinstitucional (la Universitat de Lleida es pionera en el contexto de la Educación Primaria y Mondragon Unibertsitatea ya ha apostado por este modelo de enseñanza dual en la formación de profesorado de secundaria), pero requieren de un alto compromiso por parte de todos los agentes implicados.
¿Y cómo enfocar la formación permanente del profesorado en este nuevo marco de aprendizaje? Pensamos que debemos generar más debate sobre el aprendizaje en los centros y la reingeniería de la organización escolar: aprendizaje en red entre centros; aprendizaje entre el profesorado y aprendizaje en todo el contexto de la comunidad educativa. Es necesario impulsar al profesorado a repensar su impacto en el aprendizaje: estamos hablando de transformar la cultura del centro. La cultura del centro es, al fin y al cabo, la palanca para el éxito sostenido en el tiempo. En este marco, el liderazgo del centro se presenta como eje esencial del cambio, para poder implantar con éxito una nueva cultura de transformación que tenga en cuenta la estrategia de cambio hacia el aprendizaje en todas sus dimensiones.
La formación permanente del profesorado también debe servir para impulsar la investigación aplicada y la innovación en cooperación con la universidad. El conocimiento generado, por supuesto, debe ponerse al servicio de los propios centros, pero siempre desde la colaboración y la participación de los principales actores y motores de cambio: los docentes. Toca repensar los modelos de formación, apoyo y acompañamiento que el profesorado y los centros necesitan para llevar a cabo esa transformación tan demandada por la sociedad.
Ahora bien, se requiere de muchas horas de reflexión y debate colaborativo para acercar representaciones, opiniones y saberes, ya que el aprendizaje es una experiencia profundamente social. Se necesita de mucha curiosidad para querer conocer qué está ocurriendo en el mundo, interés por las vidas y vivencias del alumnado, y lo más importante, se requiere del conocimiento de uno mismo. Y es que la formación no lo puede resolver todo: se necesitan otros liderazgos, tiempos y espacios para construir y elaborar propuestas para seguir avanzando en la cultura del aprendizaje.
La calidad de nuestro sistema educativo depende, por supuesto, de muchas variables, pero apostar por el aprendizaje continuado y sistémico debería ser una prioridad y una responsabilidad para todas aquellas personas que nos dedicamos a esta profesión que exige tanto compromiso y vocación de servicio. Elevemos el debate social a ámbitos más ambiciosos. Dejemos de exigir participación y participemos; dejemos de exigir colaboración y colaboremos; y hagámoslo desde el 'yo', desde el 'nosotros', desde el 'aquí' y desde el 'ahora'. Es hora de actuar, de seguir avanzando, de seguir transformando el sistema educativo vasco, y sin perder un ápice de pasión.
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