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En abril de 2017, la presencia del arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, en el acto de desarme de ETA en Baiona provocó un encendida polémica, porque su participación confería un significativo realce a una ceremonia que la jerarquía de la Iglesia vasca no había bendecido. ... Es cierto que el eclesiástico de tan alto rango no representaba al Vaticano, ni siquera estaba en la capital labortana como arzobispo. Pero también lo es que el monseñor italiano no habría aceptado ser fedatario del desarme si la Santa Sede no le habría autorizado, aunque lo hizo en calidad de representante de la comunidad de San Egidio, que actúa de mediadora en resolución de conflictos internacionales. Zuppi, que luego ha criticado en privado algunos aspectos de aquella jornada, se vio obligado por «imperativo moral», puesto que él mismo había participado en distintas ocasiones como facilitador durante los años de plomo en Euskadi.
Ese gesto lo acaba de repetir ahora en Mozambique, donde también jugó un papel estelar en las conversaciones que condujeron al acuerdo de paz en 1992. De hecho fue nombrado ciudadano honorario. Zuppi ha viajado este mes a la capital Maputo con una delegación de San Egidio para participar en la firma de un acuerdo para una paz definitiva, que incluye el desarme del Renamo, el antiguo grupo rebelde reconvertido ahora en el partido de la oposición. El acuerdo es un gran servicio del arzobispo al papa Francisco, que recalará en el país en la primera semana de septiembre en su viaje a Madagascar y Mauricio. Zuppi cuenta con el absoluto respaldo del Vaticano, lo mismo que San Egidio, la comunidad que tiene su base de operaciones en el Trastevere romano, donde desarrolla una intensa labor ajena al ruido que producen los miles de turistas que invaden cada año este barrio de la capital italiana, que está empezando a perder su peculiar identidad.
Hay datos que corroboran el afianzamiento de los 'egidios' en la maquinaria vaticana en puestos claves y con plenos poderes. El más reciente, el nombramiento de Matteo Bruni como nuevo director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. El periodista se ha forjado en ese ambiente desde que le fichó el jesuita Federico Lombardi y es ahora cuando se le ha encomendado una misión de máxima confianza. Lo primero que ha hecho es recordar su vinculación con San Egidio, en la que ha crecido desde sus tiempos del Bachillerato. Es el mismo recorrido que han realizado los líderes de la comunidad, desde que la fundara Andrea Riccardi.
El papa Francisco valora su labor de mediación en conflictos, pero también su dedicación a los pobres, sus esfuerzos para el diálogo interreligioso y su compromiso con los inmigrantes y refugiados, una de las banderas de sus pontificado. El mensaje de un humanismo no ideológico.
Riccardi es la cara de San Egidio, a la que representa en distintos foros internacionales. El profesor, que es recibido de manera habitual en el Vaticano, es un intelectual influyente que ya ejerció como ministro de Cooperación Internacional en un gabinete de salvación nacional y de sello cristiano que formó Mario Monti tras la renuncia de Berlusconi, en plena crisis sociopolítica y económica en 2011. Y pese a que es un laico, su nombre ha salido ahora en las quinielas con ocasión del inminente nombramiento del nuevo nuncio de la Santa Sede en Madrid. Cartel tiene, pues no deja de ser un avezado en la diplomacia paralela del Vaticano. Como el actual presidente de San Egidio, Marco Impagliazzo, un profesor de Historia de la Universidad de Perugia, que es miembro cualificado de la potente Congregación para los Laicos, la Familia y la Vida y ejerce como consultor en varios Consejos de la Curia romana.
El gran patriarca de la comunidad de San Egidio es monseñor Vincenzo Paglia. Fue su impulsor intelectual y su primer capellán en la iglesia de Santa María de Trastévere, antes de pasar los trastos a Matteo Zuppi. Años después fue nombrado presidente del Pontificio Consejo para la Familia y de la Pontificia Academia para la Vida y el Papa le confió, además, el impulso de la causa de Óscar Romero, asesinado en San Salvador por los militares. Eso ya fue una señal de confianza. Pero la gran misión que le ha confiado Francisco es la puesta al día del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las ciencias del Matrimonio y la Familia. Un trabajo delicado que está teniendo muchas resistencias entre lo que se conoce como «la oposición al Papa».
Lo primero que hizo el pontífice argentino fue nombrar a Paglia gran canciller del Instituto, lo que le confería amplios poderes para poner al día una institución anclada en coordenadas muy conservadoras.
Lo explicaba en agosto de 2016 en un decreto con 'finezza' vaticana, en el que se refería a los nuevos desafíos pastorales del Evangelio de la Familia, lo que requería renovar un centro cuyas «prácticas reflejan formas y modelos del pasado». Lo que el Papa estaba diciendo es que los nuevos tiempos requieren una nueva cultura antropológica y el Instituto continuaba con unas enseñanzas que podrían ser consideradas contrarias a la doctrina 'bergogliana' con respecto, por ejemplo, a los divorciados que se han vuelto a casar.
Los refractarios a las reformas de Francisco lo han entendido como un golpe de mano y han buscado el apoyo de Benedicto XVI para sacar a pasear la teoría de los magisterios paralelos. Francisco ha recuperado a los zapadores de San Egidio y trabajo no les va a faltar.
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