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Los candidatos a la aventura de contemplar el escalofriante secreto de lo que queda del 'Titanic', a más de 4.000 metros y en las dulces aguas de Terranova, tenían que tener dinero, salud física y contar con fuerza básica, equilibrio, movilidad y flexibilidad. Lo ... que viene siendo, si le añadimos un poco de amor, el sueño de cualquier ser humano en su sano juicio. A ellos no les bastaba, como a los demás, ver las imágenes de la silueta del pecio entre las algas. Los cinco, incluyendo un padre con su hijo de diecinueve años, estaban acostumbrados a retar a la naturaleza, a desafiar a la vida, a palpar como Santo Tomas, y si para ello había que meterse en un espacio tan reducido en el que ni tan siquiera podían ponerse en pie, pues lo hacían.
Les importaba poco que el viaje fuera lo más parecido a una resonancia magnética de alto 'standing' porque, de haber obtenido éxito, habrían podido subir un peldaño más en esa escala de quien desea poseer el currículum único. Alguno ya había hecho su viaje espacial y otro figuraba en el Guinness por ser el único en haber pisado no sé qué parte de esta bendita Tierra. Todos sabían que lo que tenían entre manos era peligroso, incluso osado, pero imagino que como a nosotros nos pone la prometedora idea de irnos a una playa bonita, ellos están hartos de belleza y necesitan una dosis extra de adrenalina para cerciorarse de que son mortales. Pues va a ser que sí, porque los expertos dicen que no hay vuelta atrás, a pesar de que barcos y equipos de todo el mundo estuvieran tratando de localizar el supositorio marino en el que embarcaron.
No empatizo, discúlpenme, ellos se fueron a las profundidades voluntariamente pero otros se ahogaron en aguas más cálidas a pocos kilómetros de la costa mientras estaban perfectamente localizados el mismo día. Esta es una de esas noticias que despierta los pensamientos como si te hubieras tomado un litro de café. ¿Tendrían estos señores alguien que los quisiera lo suficiente como para decirles que no se jugaran la vida porque les necesitaban? Evidentemente los 250.000 euros que pagaron no eran un problema. Hay hoteles cuyas habitaciones exclusivas cuestan 20.000 euros por noche. Quizás mi cabeza simple no alcance a comprenderlos, ni a ellos, ni a las mujeres que voy viendo por las playas baleares, con cuerpos que han superado la gravedad, labios indescriptibles y pestañas que sustituyen al abanico.
Es el mundo de hoy, me advierte una amiga sentada en la tumbona de al lado, cuando digo cada tres segundos: «¡Qué barbaridad!». Y es cierto, es nuestro mundo, aunque algunos evitemos ciertos barrios.
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