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Hace cincuenta años, en todas las casas de familias de más de cuatro miembros había un canasto con ropa para coser. Se zurcían calcetines, se destejían las prendas de punto y con los brazos extendidos ante tu madre te movías como una peonza para ayudar ... a que terminara de hacer la madeja que se convertiría en otro jersey para tu hermano. Con las sábanas viejas se hacían trapos para limpiar los cristales, servilletas o manteles. Los remiendos eran un primor de tuneado que, si la vista estaba bien, ni se notaban. Alargar cuando se crecía, acortar cuando se heredaba, meter cuando se adelgazaba y sacar cuando ganábamos kilos. Los botones servían para delimitar las ciudades imaginarias que trazábamos sobre la alfombra y un pedacito de tela era el adorno de un trapo de cocina, la bolsa para las pinzas o una funda de gafas… Todo encontraba su reencarnación, su segunda vida. Cuando apareció la famosa revista de patrones 'Burda' se desataron los límites creativos. Cuando la abrías, aquello era un mapa intergaláctico ininteligible que albergaba la cartografía secreta de un traje de chaqueta adaptado a cuatro o cinco tallas. Solo la sabiduría y la maña de mi madre podía interpretar aquel entramado de líneas y curvas donde sus ojos veían el modelo de su vida.
La revista era un milagro que colonizó los hogares de medio mundo, ajustó presupuestos domésticos e hizo posible acceder a un 'pret a porter' exclusivo para bolsillos llenos. Habría que reconocerle a Aenne Burda el ojo que tuvo cuando se hizo cargo de la editorial en quiebra de su marido para crear una revista con patrones inspirados en los mejores diseñadores. Desde luego no tenía su apoyo, pero dicen que aprovechó la culpa de una infidelidad del señor Burda para poner en marcha el proyecto.
Sin embargo, cuando miramos atrás, a aquel mundo que desconocen nuestros hijos, lo que vemos es precariedad. Orgullosos recibimos el mundo del consumo como un premio al meticuloso ahorro de aquellas mujeres que 'no trabajaban' y que se dedicaban a 'sus labores'. Tiene esta vida una curiosa e irreversible manera de darnos en los morros y demostrar nuestra necedad. Nos pongamos como nos pongamos, somos el principal responsable del cambio climático y de la contaminación. Paralizada me quedé cuando escuché que para producir una camiseta de algodón se necesitan 2.700 litros de agua y cuando hablamos de unos pantalones vaqueros la cifra se nos va a 7.500 litros. Sin embargo, un enjambre de gente vacía las tiendas en las rebajas. Quizás habría que contarles que en época del 'Burda' había primavera, otoño, invierno y verano.
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