Hace un par de años llegó al edificio una pareja joven con una niña preciosa de unos cinco años. En una ocasión, me encontré a la madre intentando convencer a su hija de que debía entrar al portal. Azorada, y nerviosa por los gritos de ... la niña, me explicó que venían de otra ciudad y que Carlota, que así se llamaba la pequeña, estaba llevando mal el traslado. Como llevo una abuela dentro y una contadora de historias en el bolsillo, me senté con ella en el descansillo y le hablé del hada que había habitado el edificio años atrás para dar sorpresas a los niños que vivían allí. Le expliqué que las escondía en los cuentos, pero que cuando mis hijos se hicieron mayores, ella se trasladó a vivir con otros niños. Le pregunté si le interesaría que hablara con ella para que también escondiera sorpresas en sus cuentos. Carlota asintió con esa concentración que solo posee la inocencia.

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Sus ojos redondos como botones de azabache me miraban como si el mundo que segundos antes la atormentaba hubiera desaparecido. Poco a poco la docilidad volvió y sin dejar de hablarle de mi hada madrina subimos las escaleras con su mano regordeta y cálida en la mía hasta su casa. La vida infantil no es como la de hace años, cuando íbamos a casa de una vecina a pedir una tacita de azúcar. O llamábamos a una puerta para jugar con el perro o contemplar un acuario. Naturalmente, me ofrecí, educadamente, a que acudiera a mi puerta cuando lo deseara. La individualidad y la vigilancia de los hijos únicos nada tiene que ver con las familias numerosas de antaño, donde los padres estaban deseosos de perdernos de vista un rato, los niños son príncipes a los que no se les quita ojo, y Carlota es una niña de hoy.

Afortunadamente, los espacios comunes nos reservan el privilegio de encontrarnos y casi siempre con alegría celebramos vernos. Yo le pregunto por el hada y ella me cuenta que ya vive con ella. La madre me agradece la gestión, curiosamente inolvidable para la niña, y me explica que identifica las sorpresas del hada entre las páginas de sus cuentos. Cambio cualquier cosa por una charla con mi vecinita. Adoro que me cuente sus deslumbrantes descubrimientos y a base de dragones, duendes y otros seres habitantes de la infancia vislumbro en ella a una futura lectora. La fantasía posee poderes fascinantes e infinitos. Lo que se encuentra en la intimidad de la lectura nada tiene que ver (si acaso la música) con otros modos de ocio. Esta semana comienza la feria del libro y en casi todas las ciudades las plazas y los arenales hay casetas donde se exponen los libros escritos para ayudarnos a subir las escaleras de la vida. Leed y volad hacia el país de nunca jamás.

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