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El pasado vuelve como una náusea, o como un aroma añorado. El pasado, pasado está, hay que vivir el presente, no hay que revolver lo que no tiene remedio, el aquí y el ahora... nos repiten cuando amagamos un recuerdo devastador. El lenguaje coloquial posee ... una interminable letanía para invitarte a callar. Pero, igual que esas plantas que creíste muertas florecen en primavera, lo sucedido emerge a la vuelta de esquina, con una palabra que abre la puerta secreta de la que perdimos la llave. Los amantes que renunciaron a vivir su pasión tienen marcados los lugares donde se amaron aunque hayan pasado años, las afrentas recorren el ADN de las familias durante siglos y las huellas de la violencia de una guerra, o del terrorismo, están grabadas a fuego en nuestro cerebro. El pasado persiste, sedimenta y altera el terreno que pisamos. No parece útil, y menos aún reparador, sepultar el pasado, tarea, por otra parte, absolutamente imposible, y sin embargo quienes empujan las riendas políticas parecen empeñados en convencernos de que lo hagamos al mismo tiempo que construyen una necesaria ley de memoria histórica.

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diariovasco Sepultar el pasado