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La raíz del populismo es múltiple. La corrupción política ha generado desconfianza, y enfado, la economía está globalizada por la disrupción tecnológica y la desigualdad ha crecido en los países occidentales a expensas de la clase media y rural. La protección social y el trabajo ... son precarios. La ciudadanía está cada vez más polarizada y cree haber identificado a los responsables del desaguisado: las élites políticas y económicas, la inmigración y la disrupción tecnológica. Aunque la realidad es más compleja, el populismo se ha adueñado de este discurso de desesperanza y así lo ha transmitido a una sociedad frustrada que se regodea con la información instantánea, sesgada y no contrastada que recibe en su móvil. Además, emulando al fascismo, el populismo barniza su mensaje con una pátina de pseudodemocracia que afirma seguir los dictados del pueblo y lo enfrenta a las instituciones democráticas. Este panorama se ha amplificado por algunos medios y los partidos políticos tradicionales, que han visto un resquicio para zurrarse entre ellos, demostrando una miopía sin igual. Ambos deberían reflexionar sobre las consecuencias de convertir la política en un show tabernario, sectario y polarizador más que en un debate de ideas. Es terreno fértil para el populismo que ha visto las puertas abiertas de par en par.
En su monumental 'En defensa de la Ilustración', Steven Pinker sostiene que para contener la embestida populista debe actuarse en dos frentes: la economía y los valores. Una economía creciente que destine más de un 20% del PIB a gasto social puede calmar inquietudes y miedos a perder la salud, el empleo y el sentido vital. Un nuevo movimiento de ilustración humanista que fomente el pensamiento crítico, la racionalidad y la moderación, contrarrestaría la lógica simplona del populismo. ¿Por qué actuar así? Según Pinker, la inseguridad económica no es el único impulsor del populismo; hay que ponderar también la influencia de la reacción cultural. Argumenta que es preciso evitar la (falsa) sensación de estar viviendo en un «país de mierda», así como la retórica y el simbolismo de políticas innecesariamente polarizadoras. Y no hay mejor respuesta que la contenida en la Ilustración: Ciencia, conocimiento, razón y humanismo. En opinión de Pinker, la democracia liberal, consecuencia de la Ilustración, y la socialdemocracia son logros valiosos cuyo papel decisivo en el progreso y la modernidad deben realzarse. Unas elecciones no son el mejor escenario para ejercer una política racional y moderada. El insulto moviliza más al votante por golpear directamente sus emociones viscerales. La razón y la moderación requieren esfuerzo y pedagogía. La figura del intelectual pensador, transmisor de ideas y valores, devaluada en los tiempos que corren y diana permanente del populismo, debe recuperar su espacio central en la vida social para «normalizar las cosas».
Decía Obama que «si tuvieras que elegir un momento de la historia para nacer y no supieras de antemano quién serías, si no supieras si ibas a nacer en una familia rica o en una familia pobre, ni en qué país nacerías ni si ibas a ser hombre o mujer, si tuvieras que elegir a ciegas en qué momento querrías nacer, elegirías el presente». No obstante, el presente es mejorable. ¿La vía ideal? Moderación ilustrada y derechos humanos.
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