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El miedo y los miedos
Enrique Pallarés Molíns
Doctor en Psicología. Profesor emérito de la Universidad de Deusto
Domingo, 16 de marzo 2025, 06:34
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Enrique Pallarés Molíns
Doctor en Psicología. Profesor emérito de la Universidad de Deusto
Domingo, 16 de marzo 2025, 06:34
La frase proverbial «El miedo guarda la viña» dice mucho con pocas palabras. Algo tan valioso para el agricultor como es una viña, sobre todo ... cuando se trata de 'la viña', 'la finca', una fuente importante para la supervivencia y sólido fundamento del sano orgullo de poseerla y cultivarla. Mantenerla a salvo de los que pueden asaltarla y saquearla no es algo trivial.
El miedo no solamente guarda las propiedades, sino que nos prepara para reaccionar cuando se percibe una amenaza para nuestra persona o para lo que consideramos valioso. Si la instantánea evaluación de la situación muestra que no es posible el enfrentamiento, se opta por la huida o evitación.
Miedo que puede llegar a fobia cuando la respuesta de huida o evitación es desproporcionada respecto al objeto o situación que la provoca y, además, altera el funcionamiento normal de la persona. La enumeración de las fobias es tarea ardua, pues cualquier objeto o situación pueden formar parte de esa larga lista de palabras a las que al sufijo 'fobia' precede un sustantivo griego: acrofobia (fobia a las alturas), ailurofobia (fobia a los gatos)…
Los miedos o fobias se aprenden, con frecuencia desde muy temprano, sea por experiencia directa, observación de otras personas o por una información incorrecta. Se mantienen a lo largo del tiempo por el alivio momentáneo que supone la evitación del objeto o situación temida («Pan para hoy, hambre para mañana»). Miedos relativamente concretos (a un animal). Miedos más difusos e inconcretos, pero activos e influyentes: miedo al fracaso, miedo al éxito, miedo a uno mismo, miedo a la felicidad (¡!)... Miedos generalizados, incertidumbre o ansiedad difusa respecto al futuro, que actúan de forma sinérgica con los miedos más concretos.
Se considera la muerte el miedo más radical, es decir, la causa última de todos los miedos. La muerte afecta a todos los seres vivos, pero la especie humana es la única que, además, es consciente mientras vive de que morirá. Un miedo que se puede tratar de ignorar, incluso de convertir en una falsa euforia. Pero, aunque nos esforcemos por negar u olvidar la realidad de la muerte, ella no se olvida de nosotros.
Si en su origen el miedo es una respuesta defensiva y protectora, se utiliza también en las relaciones sociales como herramienta para el control de la conducta. La expresión «Que viene el Coco», de uso muy común, la escribió Francisco de Goya como título explicativo en uno de los grabados de la serie 'Los Caprichos'. Un personaje misterioso, envuelto en una capa de espaldas al observador, frente a una madre aparentemente serena y dos niños aterrorizados que buscan su protección. El Coco, ese ser indeterminado, y por ello especialmente temible, o sus variantes (el sacamantecas) sirven para inducir miedo a los niños con el fin de corregir o controlar su conducta. Pero el Coco tiene también versiones para adultos –desde el daño físico o material a quedar marginado, desaprobado, o 'cancelado'–, que utilizan las organizaciones y sistemas sociales para controlar la conducta y el pensamiento, aunque sea sacrificando la verdad. El uso del miedo no es, pues, monopolio de los terroristas. El evidente alto grado de progreso científico y tecnológico alcanzado en la actualidad no corresponde a la experiencia de inseguridad de los ciudadanos. Pueden valer hoy todavía las palabras del comienzo de 'Historia de dos ciudades' de Charles Dickens: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; (…) la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada (…)». Tiempo de miedo difuso o 'miedo líquido', de radical incertidumbre. Pero también tiempo para la primavera de la esperanza.
Franklin Roosevelt, presidente de Estados Unidos en unos años especialmente críticos, pronunció al comienzo de su mandato esta frase lapidaria: «A lo único que debemos tener miedo es al miedo mismo». El miedo, según Roosevelt, una de las cuatro libertades a conquistar.
Porque lo que engendra miedo no desaparece por el hecho de ignorarlo. No vale la estrategia del avestruz. Sin caer en la temeridad –tan perniciosa como la cobardía–, tras concretar los miedos, se ha de iniciar la tarea de afrontarlos con coraje, sin olvidar los que genera nuestra imaginación. Recordemos: «El miedo guarda la viña». Pero el miedo no debe ser el motor de las decisiones y acciones, ni del niño ni del adulto. Por eso, es necesario contrabalancear esa frase con la de Nelson Mandela: «Que tus decisiones sean un reflejo de tus esperanzas y no de tus miedos».
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