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La evocación por Quim Torra de la vía eslovena como cauce para la independencia en Cataluña, ha suscitado las lógicas respuestas cargadas de irritación. En su intervención en el Congreso, Pedro Sánchez acertó al poner el dedo en la llaga ante la irracionalidad de la ... sugerencia del president: nada tiene que ver una aspiración política, si es democrática, con la secuencia de conflictos sangrientos, de Eslovenia a Kosovo, que acompañó al despedazamiento de Yugoslavia. Los Balcanes son un pésimo ejemplo, subrayó Inés Arrimadas en el Parlament.
La alusión a Eslovenia no era un componente ajeno al imaginario catalanista. Al igual que la Polonia sometida al Imperio zarista, Eslovenia era vista como una nación incoporada a una unidad estatal superior, que en buena medida la negaba. De ahí un sentimiento recíproco de fraternidad, que tuve ocasión de constatar durante la transición para el mundo comunista: el pasado de condena del titismo por Carrillo hizo que las relaciones PCE-Liga de los Comunistas Yugoslavos fuesen mínimas, por contraste con la estrecha vinculación mantenida entre PSUC y la LCY de Eslovenia. Más intensas y cuasi-oficiales fueron las relaciones entre Jordi Pujol y el protagonista de de la independencia eslovena, el hoy expresidente Milan Kucan, quien tras el 1-O y la prisión preventiva de políticos catalanes independentistas ha tomado posición abierta a favor de éstos. La visita de Torra a Ljubijana este mismo mes, sus entrevistas con dirigentes, dejan ver que el presidente catalán, a pesar del rechazo del primer ministro esloveno, cuenta con ese país para abrir una brecha en el frente anti-independencia de la UE. La voluntad expresa de imitar a Eslovenia responde asimismo a esa petición de amparo.
Pero, ¿en qué consistió la via eslovena?¿no resulta insensato adoptarla desde la realidad catalana? Para empezar, salvo en el rasgo positivo compartido en Yugoslavia y España del respeto a los idiomas nacionales de eslovenos y catalanes, las distancias son abismales. El propio Kucan lo reconocía en abril de 2017: España era percibida como un país democrático, con un régimen parlamentario, sin comparación alguna con la Yugoslavia de 1990. Tampoco nada que ver entre el 90% de eslovenos favorables a la independencia y el 47% de catalanes. Allí la independencia era la única salida democrática; aquí una aspiración aun minoritaria que además avanzaba enfrentándose a la Constitución y por los métodos del golpe parlamentario del 6-7 de septiembre de 2017.
Es un problema que no preocupa a Torra ni a los suyos, ya que «el pueblo catalán» está por encima de todo condicionamiento electoral. La cuestión es entonces ver qué entraña un procedimiento de «elegir la libertad» –esto es, poner en práctica la DUI–, «con todas las consecuencias». Un riesgo que aparece encubierto por la imagen de la independencia eslovena como una victoria de David contra Goliath, con aire romántico, donde unos pocos muertos representaron un simple daño colateral provocado por Milosevic, el sátrapa de Belgrado. La verdad fue algo diferente.
El choque armado, la «guerra de los 10 días», había sido visto de antemano por los dirigentes eslovenos como algo inevitable y por eso lo prepararon con cuidado durante meses. Fue la convergencia entre un proceso democrático, legitimador, y la transformación de las fuerzas territoriales de la República, más la policía, en un verdadero ejército, de más de veinte mil hombres, cuyo mando estrictamente militar se hallaba listo para asumir su dirección en cuanto fuese necesario, es decir, al proclamarse la independencia. Tácticas y armamento especial para combatir a unas fuerzas yugoslavas convencionales, alejadas además de Serbia, estaban también perfectamente disponibles. Ventaja que como más tarde el armamento de las ofensivas croatas en 1995, sugería intervención larvada de la OTAN. Incluso se adelantó un día la independencia para coger desprevenido a Belgrado. Fue una guerra inesperada, de hecho promovida por Eslovenia, y los yugoslavos fueron vencidos, registrando el mayor número de muertos. De independencia pacífica, nada.
Al haber entrado en vigor el 155, la conversión de los Mossos d'Esquadra en fuerza paramilitar, debió quedar bloqueada. Si en Eslovenia funcionó la convergencia entre el protagonismo militar y la movilización complementaria de la mayoría de la sociedad, en Cataluña la iniciativa es adjudicada, explícitamente por Torra, a las minorías violentas organizadas de los CDR, quienes desempeñan la labor de eliminar cualquier manifestación opuesta a la independencia y de mostrar que el espacio de Cataluña es una reserva de caza exclusiva para los patriotas. Llegado el momento serán los encargados de hacer efectiva la soberanía catalana. Es el paso del totalismo a una dinámica estrictamente insurreccional, protegida desde el Govern.
Aun la convergencia Torra-CDR se encuentra en fase de pruebas. La actitud de los mossos de mantener el orden frente a los CDR, condenada por Torra, ha sido sucedida por su neutralidad ante el corte de las vías de comunicación llevado a cabo sin problemas por los CDR. El futuro no está claro. El 21-D tendría en principio la respuesta. Una cosa es el derecho a manifestarse (Pablo Iglesias) y otra el carácter que asumirían las movilizaciones encabezadas por los CDR contra el Consejo de Ministros. Si las minorías violentas impusieran su ley, incluso con Torra disfrazado de protector, quedaría claro que estamos ante una grave escalada. Desenlace buscado: el cerco de las instituciones constitucionales.
La respuesta de las fuerzas de orden daría ocasión al ambiente de guerra. Y de ahí a presionar sobre la UE. Tal era el soñado guión «esloveno», ahora alterado por un Sánchez dispuesto a extremar las concesiones con tal de ganarse al independentismo y a su apoyo parlamentario.
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