Esparce tus huesos por el mundo
El oficio de vivir ·
El viaje por Gipuzkoa de la reliquia de San Ignacio motivó una movilización popular nunca vista en tiempo de pazSecciones
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El oficio de vivir ·
El viaje por Gipuzkoa de la reliquia de San Ignacio motivó una movilización popular nunca vista en tiempo de pazFue probablemente la mayor movilización humana en tiempos de paz en Gipuzkoa. Corría mayo de 1921 cuando, con motivo del cuarto centenario de la conversión de Íñigo de Loyola, del Vaticano llegó una reliquia del santo, concretamente un fragmento de su cráneo, pequeño pero «inconfundiblemente ... vasco» al decir de los sasiletrados. En todos los pueblos desde Irun hasta la casa natal de Azpeitia, el paso de la comitiva presidida por la custodia conteniendo el sagrado óseo fue saludado con banderas, flores y arcos de guirnaldas, tañido de campanas, silbos de locomotoras y barcos pesqueros, ulular de sirenas en las fábricas. Se aprecia la magnificencia del despliegue en las fotografías de la época: autoridades civiles y militares con sus mejores galas, congregaciones religiosas en pleno, formación de miqueletes, bandas de música y un gentío buscando la mayor cercanía con ese pedazo de eternidad. Todo lo cual venía a corroborar el dictamen de los teólogos del barroco: «Con cosas visibles el pueblo más fácilmente se atrae y encamina a las invisibles».
Había expectativas de que la esquirla extraída de lo que un día fue manantial de pensamientos divinos obrara algún milagro. Nada prodigioso sucedió. Se argüiría que en tierras tan acendradamente cristianas el sagrado osecillo pudo prescindir de «ese medio extraordinario de revulsión espiritual». No obstante lo cual logró despertar a algunas almas refractarias: según los cronistas, entre la muchedumbre «se hizo notar la presencia respetuosa de conocidos disidentes».
Antes de su retorno a Roma, la Diputación por boca de su presidente manifestó la 'santa codicia' del pueblo guipuzcoano por que la reliquia permaneciera para siempre aquí. Pese a que ello se antojaba impracticable dada la «escasez de huesos ignacianos», al año siguiente desde la Ciudad Eterna enviaron una roedura del cráneo que nuevamente se acogió con gran pompa, casi al mismo tiempo que Navarra recibía la visita del brazo incorrupto de san Francisco Javier, con anillo al dedo y todo, al que se tributaron homenajes no menos fastuosos.
Pecaríamos de soberbia si considerásemos que estos usos forman parte de un pasado crédulo hoy superado. Pues la veneración de trozos de red de la portería donde se disputó un partido, las urnas funerarias con los emblemas del equipo o los columbarios en los estadios para el reposo eterno de sus socios no son sino formulaciones trascendentales de similar tenor; si supersticiosas o sagradas, queda al criterio de cada cual.
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