Un comentario de urgencia sobre los atentados de Kabul ponía de relieve la perplejidad del espectador ante semejante acto de barbarie. Los autores de la masacre debían de estar locos y no se entendía nada. Semejante asombro resulta lógico si nos limitamos a seguir el ... curso de los acontecimientos, pero puede disiparse en el caso de que nos preguntemos por las causas de esa locura, que obviamente no es fruto de una generación espontánea. Mirando a nuestro propio espejo, pensemos en actos criminales en principio inexplicables, en el curso de la larga vida de ETA, casos de las matanzas de Hipercor y de la calle del Correo, o en otras experiencias históricas, asimismo sanguinarias, como el nazismo. Detrás de la adopción por un grupo de la estrategia de la muerte se encuentra siempre una ideología, política, religiosa y en muchos casos religioso-política, en la que es preciso ahondar si de veras queremos alcanzar un mínimo de comprensión. Y como complemento, cuando se da una coincidencia ideológica de fondo entre distintas corrientes, como ahora sucede con Al-Qaida, los talibanes y el Estado Islámico, la explicación de las diferencias estratégicas constituye la premisa para entender hechos como el que comentamos.

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En el artículo precedente en estas páginas, y de forma más amplia en mi libro 'El círculo de la yihad islámica', he intentado proporcionar un esbozo de análisis sobre el punto de partida, de capital importancia. En sus textos sagrados, el islam traza una divisoria infranqueable entre los componentes del género humano. De un lado se encuentran los creyentes que siguen la senda de Alá y van al paraíso; de otros los 'kafires', no-creyentes, que por encima de la calidad de sus acciones tienen por destino el infierno. No hay concepto común de 'hombre' y, lo que tiene singular importancia, en caso de enfrentamiento han de sufrir un adelanto de sus penas postmortem. Ejercer entonces contra ellos la crueldad, asociada a su aniquilación, forma parte de los deberes del creyente, y por consiguiente del esfuerzo bélico que supone la práctica de la yihad, destinada a imponer la fe universal en Alá. Sin pecado alguno.

Tal actitud no es exclusiva del islam. La asumen como seña de identidad otros patriotismos de comunidad en el mundo totalitario del siglo XX. El libro de Fernando Reinares 'Patriotas de la muerte' lo prueba para ETA de modo inequívoco, con la independencia vasca como sucedáneo del paraíso creado por Alá. También en el mismo sentido, el acto terrorista queda justificado, no solo por su eficacia como método de lucha, sino por plantear que existe una responsabilidad en la culpa del enemigo infiel, incluso en aquellos de sus componentes que no asumieran de modo abierto la oposición a los muyahidines o a los gudaris portadores de una muerte santificada por su finalidad.

A pesar de la importancia de sus acciones terroristas, la Al-Qaida de Bin Laden tiene objetivos más limitados que sus sucesores

El concepto yihad es unívoco, tanto en su fondo de esfuerzo hacia Alá como en su despliegue bélico contra kafires y apóstatas. A partir de aquí, su contenido histórico, sus protagonistas y sus formas han ido experimentando variaciones que en el último cuarto de siglo se han traducido en diferencias significativas entre las corrientes yihadistas, desde la matriz de Al-Qaida al cuadro de enfrentamiento que ahora se abre entre talibanes y herederos del Estado Islámico, diseñando una espiral ascendente.

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A pesar de la importancia de sus acciones terroristas y del protagonismo alcanzado en los medios, la Al-Qaida de Bin Laden tiene objetivos más limitados que sus sucesores. Al-Qaida es una base móvil y de implantación geográficamente plural. No mide el alcance de su barbarie, pero sí los modos y los fines, centrados inicialmente en acabar con los gobernantes apóstatas y golpear a los kafires, judíos y norteamericanos (ante todo, liberación de Palestina). Las ejecuciones son limpias y Bin Laden es solo un emir, émulo del Profeta. De ahí que a pesar de los conflictos, acabe enlazando con los talibanes. Estos instauran un régimen de yihad interior a Afganistán, con una aplicación estricta de la sharía, del que son víctimas las mujeres y la formas de ocio modernas. Hemos pasado del principio de subordinación inculcado a los creyentes en el Corán (aleya 4.34 y otras) a una auténtica destrucción de la mujer, en su vida individual y social.

Gracias a Bush, Irak pasa desde 2006 a encabezar el yihadismo extremo. Los chiíes quedan asociados a los kafires como enemigos principales, lo cual suscitará reproches de Al-Zawahiri, lo mismo que el espectáculo feroz de las ejecuciones televisadas, con los occidentales como principales víctimas. La centralidad talibán en el islamismo interno cede paso a la estrategia de la yihad de proyección universal, con ciertas variaciones en cuanto a las mujeres, y un propósito de destrucción general del mundo infiel desde su califato. La negociación talibán, a pesar de sus antecedentes coránicos, es para el Estado Islámico camino de apostasía.

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