La mayor parte de escritores y filósofos que han fabulado sobre sociedades perfectas las situaron en islas recónditas. Las ficciones políticas clásicas −desde la vieja Atlántida de Platón a la nueva de Francis Bacon, de la Utopía de Tomás Moro a la Ciudad del Sol ... de Campanella−, imaginan prósperos Estados apartados del mundo cuyos habitantes, especie de 'niños burbuja' puros e incontaminados en lo físico y moral, viven felizmente aislados. Si de la literatura pasamos a la historia, advertiremos que de esas fantasías bebieron las experiencias comunistas de Albania, la Kampuchea de los jemeres rojos o la actual Corea del Norte, remedos a su vez del 'socialismo en un solo país' de Stalin. Los resultados son bien conocidos.
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Estos últimos días se ha vuelto a citar uno de los más célebres titulares de la historia de la prensa: «Temporal en el canal de la Mancha. El continente aislado». No está claro si la frase es real o apócrifa, y en el primer caso cuándo se publicó, pero lo cierto y seguro es que ha quedado como epítome del arrogante aislacionismo inglés. Orgullo de nación distinta y distante que parece disonar con sus ambiciones imperiales, sin parangón con las de cualquier otra potencia. Aunque suene a broma, el dato posee todo el rigor: en un libro que levantó ampollas, el historiador Stuart Laycock demostró que de los cerca de 200 países que hay actualmente en el mundo solo 22 nunca han sido invadidos o víctimas de incursión por parte de tropas británicas, corsarios o piratas enviados o comisionados por Su Graciosa Majestad. Por contra, el Reino Unido tiene en gala haber rechazado cuantos desembarcos se han intentado sobre sus costas: desde la Armada Invencible a Napoleón, Hitler... o la Unión Europea.
Pero la realidad tiene razones que el corazón demasiadas veces no comprende. Pues justo cuando el Gobierno británico se aprestaba a dar con pompa y circunstancia un sonoro portazo al Brexit, un virus caprichoso ha puesto sobre el tapete y a la vista del mundo entero la fragilidad y la mutua dependencia de insulares y continentales, atados por la cola como las zorras de Sansón de una vez y para siempre.
Obligados a encapsularnos lo que dure la pandemia, conviene tener presente, para lo bueno y para lo peor, que no hay burbuja sólida sino que por definición son inestables, un paréntesis hacia algo nuevo. El imaginado 'espléndido aislamiento', la independencia en sentido lato, pertenece al género de la utopía: el viejo pueblo inglés ha vuelto a comprobarlo.
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