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Reconozco mis dudas iniciales en la elección del título, 'Estado de las cuestiones' o 'Cuestiones de Estado'. El lector decidirá. Veamos, cuando la política, por unos u otros, pierde el control del procés, o de cualquier proceso político, mal andamos. Mal andamos si alguien piensa ... que lo judicial, lo penal, lo unilateral, el 155 o algún artículo parecido sean solución alguna para este conflicto político territorial que tiene hoy España. Una auténtica cuestión de Estado, porque habrá que reconocer que la situación en y de Cataluña es en este momento excepcional y de una gestión complicadísima. Por ello entiendo que la interacción de las naciones periféricas, hablo sobre todo de Cataluña y Euskadi, con y en el Estado no puede basarse más que un pacto político, porque ni el Tribunal Constitucional, ni el Supremo, pueden definir y menos decidir la fórmula concreta de integración o relación de las naciones en y con el Estado, porque, también entiendo que ninguno de ellos puede participar en la negociación política de ningún tipo.
Hablo de un pacto que asuma los problemas, las dificultades y discrepancias por fuertes que sean, que avance en un diagnóstico compartido y que se comprometa en avanzar hacia las soluciones gradualmente con realismo, rigor y con responsabilidad compartida. Un pacto político que aborde con serenidad y respecto, basándose en el principio de realidad, en el principio democrático y en el principio de legitimidad (que haberlo lo hay) cuestiones como, por ejemplo, el concepto de soberanía nacional, el avance hacia un Estado Confederal y en definitiva a una reformulación del diseño territorial hoy vigente. Todo ello sin discursos de confrontación que fomentan el populismo rampante que cuestionan el sistema de derechos, libertades y equidad social.
Y me refiero expresamente a una derecha española que tradicionalmente ha considerado que cuando ha solido gobernar consideraba a algunos nacionalistas periféricos como socios 'fiables' (la CIU de entonces y el PNV) pero que cuando está en la oposición se convierten automáticamente en amenazas peligrosas para la unidad de España en su destino universal, una derecha española obsesionada en monopolizar la Constitución y su espíritu cuando paradójicamente en su momento pidió el no. Una derecha española que (me) preocupa porque mientras en Europa los partidos democráticos tradicionales, también de la derecha, dan la espalda a los herederos del fascismo (léase franquismo), la derecha española suma Vox a acuerdos varios, lo coloca en mesas parlamentarias presentándose como centro-derecha ante los medios, sin pudor alguno, y asumiendo irresponsablemente sus postulados para alcanzar el poder a cualquier precio como en Andalucía y Madrid (dudo que Mariano Rajoy accediera a ello).
Y por cierto, respecto a esta cuestión, relación de naciones y autonomías con el Estado, uno tiene la sensación de que son muchos, demasiados quizás, los que piensen que en 1978 se fue más allá de lo supuestamente debido, que se cedió demasiado a los insaciables nacionalistas avaros vascos y catalanes. Aunque para otros, en los que incluyo, 1978 fue solamente el inicio de una descentralización autonómica política y un arranque para los autogobiernos vascos y catalanes que en corto plazo deberían ser (¿por qué no?) manifiestamente reforzados, blindados, ampliados y mejorados desde el principio de la bilateralidad efectiva. Llegado a este punto parafraseo a los escritores y politólogos Antón Losada y Javier Pérez Royo, en su libro compartido 'Constitución: la Reforma inevitable', cuando reflexionan sobre muchas cuestiones de Estado y donde en uno de sus artículos afirman que si España es algo, es un Estado plurinacional, un Estado en el que coexisten varias naciones de manera que no es tanto una cuestión de dirimir en qué consiste y dónde reside la llamada soberanía nacional sino de entender que dicha soberanía depende del acuerdo entre diferentes pueblos y naciones que conforman ese Estado Plurinacional que debería ser, de ser, la España del siglo XXI.
Como nacionalista vasco me puedo sentir más o menos incómodo en el actual marco Constitucional pero lo que sí deseo y afirmo es que de haber una reforma constitucional quiero que se reconozca lo que para mí es una realidad incontestable: que reconozca que pertenezco a un Pueblo, el Vasco y a una nación que se llama Euskadi que decide voluntariamente acordar con otras naciones y pueblos convivir y cooperar. Hablo de reconocimiento mutuo, de un pacto entre naciones y pueblos iguales. Y creo que esta la única manera de resolver eso que suele denominarse el problema de la configuración territorial de España que, por cierto, no estimo que es un problema meramente organizativo sino de mutuo reconocimiento y de admitir la viabilidad de pactar entre iguales.
De soberanías y naciones hablaremos otro día ya que ni una ni otra son exactamente lo que fueron, pero sí quiero creer que los viejos estados-nación viven abocados a ceder soberanía en un mundo globalizado y que en ese sentido deseo en una UE que se construye sobre principios de subsidiariedad y/o sobre diseños como la Europa de las regiones. Una UE donde las soberanías se compartan más y mejor y donde las decisiones a tomar sean por medio de la negociación solidaria y el compromiso mutuamente adquirido. ¿Estado de las cuestiones o cuestiones de Estado? Ambas dos. Sea.
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