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La Tuslia, en el corazón de la Toscana, lleva días de luto por la muerte de David Sassoli. Añoran la voz conciliadora y el talante abierto del periodista y presidente del Parlamento Europeo y evocan su figura, inclinada sobre las flores de su jardín o ... con un libro en las manos, en su casa de Sutri, en la Vía Cassia, cruce de la identidad imperial romana y la estimulante cultura etrusca. También hay dolor en el movimiento Scout, que fue el germen de su compromiso social, primero, y de su compromiso político después, con la utopía de construir un mundo nuevo. Su pensamiento es heredero de aquellos democristianos que impulsaron el proceso de integración europea.
Uno de los primeros que han salido a recordar su trayectoria ha sido Giovanni Bachelet, hijo de Vittorio Bachelet, magistrado íntegro, asesinado el 12 de febrero de 1980 en las escalinatas de la Universidad de la Sapienza por un comando de las Brigadas Rojas. También había sido presidente de la Acción Católica italiana y uno de los exponentes de la Democracia Cristiana. En el funeral su hijo Giovanni rezó lo siguiente: «Oremos por los que han matado a mi padre para que, sin quitar nada a la Justicia, que debe triunfar, en nuestros labios haya siempre el perdón y nunca la venganza, siempre la vida y nunca la petición de la muerte de los demás». Tres años más tarde, 18 presos de las Brigadas pedían al hermano de Vittorio, jesuita, que les visitara en la cárcel porque querían dejarlo. Le recordaron las palabras de su sobrino: «Fue en ese momento cuando de verdad fuimos derrotados de forma enérgica e irrevocable», le confesaron.
El choque frontal entre la deshumanización del terrorismo y el signo vencedor de la paz. Giovanni ya había vivido esa amarga experiencia de la violencia. Fue dos años antes, el 9 de mayo de 1978, cuando las Brigadas secuestraron y asesinaron a Aldo Moro, exprimer ministro de Italia. En la manifestación posterior, su amigo Sassoli, que estaba en el servicio de orden en la Piazza de Gesú, neutralizó a un grupo que pretendía instrumentalizar la marcha al grito de '¡Pena di morte!'. «No era el eslogan de Moro», recuerda ahora Luca Liverani en 'Avvenire', el diario de los obispos italianos. Sassoli escribiría después 'Il potere fragile' (El poder frágil) sobre aquellos años de plomo.
David Sassoli fue desde su juventud un apasionado del catolicismo democrático. Lo había mamado de su padre, Domenico Sassoli, periodista e intelectual de la cultura católica y activista reconocido de la resistencia contra el fascismo. En aquel catolicismo europeísta destacaron figuras como Moro, Alcide de Gasperi, Benigno Zaccagnini o Giorgio la Pira (en Alemania, Konrad Adenauer, y en Francia el socialista Jacques Delors). El joven Sassoli leía a Maritain y a Mounier y analizaba la encíclica 'Gaudium et Spes' y, aunque no era marxista, tampoco despreciaba el comunismo. Eran los años del 'compromiso histórico' cuando Moro y Berlinguer (líder del Partido Comunista) sellaron un pacto transversal, inédito, para gobernar el país. Pero fuerzas oscuras lo hicieron descarrilar. Las Brigadas fijaron su objetivo: Aldo Moro era el alma de la Democracia Cristiana y la Democracia Cristiana era el corazón del Estado.
Sassoli se curtió en aquel ambiente de compromiso y riesgo, sembrado de mártires laicos (a Piersanti Matarella, expresidente de Sicilia, le asesinó la mafia en Palermo), según la expresión del cardenal Martini, la voz libre de la Iglesia en aquellos años. Y se convirtió en un hombre muy reflexivo. Le ayudó la experiencia de La Rosa Bianca, un foro promovido en 1979 por Paolo Giuntella, que aglutinó a muchos jóvenes del asociacionismo católico, inspirado en un movimiento de resistencia (Weiss Rose) que surgió en Alemania en los años 40 contra los nazis. También le vino bien la Liga Democrática, grupo de debate político promovido por Pietro Scoppola que favoreció experiencias de centro izquierda como la del Olivo. En el Parlamento representaba al Partido Democrático, dentro del grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas.
Las raíces cristianas de Europa están siendo reivindicadas desde muchos ángulos e intereses, con argumentos religiosos, culturales e ideológicos, con vistas a reconstruir una identidad perdida y añorada, que hunde sus raíces en la coronación de Carlomagno. Muchos son, en realidad, comportamientos anticristianos y antidemocráticos, como los del húngaro Viktor Orban. Sassoli siempre alertaba contra el racismo y el avance del populismo y la extrema derecha en el continente. Su palabra, fortalecida desde el Evangelio, se centraba en la defensa de los derechos humanos y de los más débiles. La Liga Internacional de Religiosos Socialistas estaba a punto de grabarle un vídeo para difundir su discurso contra el fundamentalismo y en defensa de la tolerancia y la igualdad social y económica. No podrá ser. Su apuesta por un mundo más justo aparece, sin embargo, en el prólogo que escribió para el libro del periodista Donato Bendicenti, 'Il luengo viaggio dell'Europa per ritrovare sé stessa', de próxima aparición. Su último legado.
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