En un mar de lágrimas, aquella mujer ucraniana brindó toda una lección de vida: «Hasta hace unos días éramos felices, aunque no nos dábamos cuenta. Hoy ya no lo somos y tal vez nunca lo volvamos a ser».
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Alguien juzgará ejercicio de humor negro recordar ... que hoy, 20 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Felicidad por iniciativa de Naciones Unidas. Pero no lo es. Pues mientras humanos haya sobre la faz de la tierra alentará la aspiración al mayor bienestar físico y espiritual. Bienestar que en ocasiones tocamos con los dedos sin percatarnos, como añoraba la abatida ucraniana junto a los escombros de lo que fue su hogar. O sí somos conscientes, pero como criaturas antropológicamente insatisfechas nos cuesta reconocerlo. «Esperar una felicidad demasiado grande es un obstáculo para la felicidad», sentenciaba el viejo Fontene-lle.
La Constitución española de 1812 fijó como objetivo del gobierno «la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». En 2013, el presidente venezolano Nicolás Maduro instituyó un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo, y, siguiendo su ejemplo, los Emiratos Árabes Unidos crearon un Ministerio de la Felicidad, construcción orwelliana para una federación donde todo ciudadano no es que tenga derecho a ser feliz sino obligación de serlo o atenerse a las consecuencias. Significativamente, los cinco países que encabezan el último Índice Mundial de Felicidad (Finlandia, Dinamarca, Suiza, Islandia y Países Bajos), carecen de estructuras burocráticas para el embellecimiento de la vida.
Hace ahora un siglo, tras el armisticio de la I Guerra Mundial, un huracán de vitalidad sacudía Europa. 'Los felices veinte' terminaron con el famoso crac del 29. Soñamos con que nuestros 'infelices veinte' desemboquen en un clic mental que, como aventura el politólogo Francis Fukuyama, consiga sacarnos de la crisis moral en que nos encontramos ante el exangüe estado de la democracia en el mundo. Pero no caigamos en el error de perdernos imaginando planes para felicidades futuras sin ver que, aquí y ahora, la felicidad no está tan lejos. Nos lo recordó el desgarrado lamento de aquella mujer ucraniana.
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Miralles, el combatiente de la Guerra Civil de 'Soldados de Salamina' de Javier Cercas, contempla a unos niños jugando y reflexiona ingenuamente: «Ni ellos ni nosotros nos damos cuenta, pero somos felices: estamos vivos, ¿no?». Por ahí empieza su clic.
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