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Cuanto más viajamos, más complejo se vuelve nuestro sentimiento de nostalgia. Hubo un momento, en mi caso, que estuviera en la ciudad que fuera, la ... mente y la conciencia viajaban, lentamente, como a lomos de una yegua cansada, a los días de Navidad pasados durante la infancia en el hogar familiar, en el pueblo donde nací, me vio crecer y me dio ese paisaje que no se desvanece. Eran días especiales, porque, en nuestro fuero interno, nos sentíamos especiales, como los héroes que admirábamos, por verlos en el cine combatir contra los forajidos, luchar por la justicia, entendida brutalmente, enamorar damas solitarias y tristes, y luego abandonarlas. Ellos, asimismo, debido a las circunstancias de sus vidas, actuaban en la más completa soledad, de la que no se quejaban, y a la que sacaban provecho, por no deber nada a nadie. Sus enemigos actuaban en bandas, grupos organizados, mafias, a veces grandes y a veces pequeñas, dirigidas por algún rufián mal encarado y sin escrúpulo alguno.
Ahora, las ciudades se van pareciendo todas, al haberse contagiado, aunque sea sin pretenderlo, de ese aire cosmopolita que, como una plaga del siglo, actúa sin piedad sobre ellas. No perviven los edificios originales, los rincones significativos; han ido cerrando, sin alarde alguno, aquellos bares que significaron algo en un tiempo, se clausuraron librerías que mantenían la dignidad de la profesión, el saber acumulado durante décadas, el amor a los libros y al saber.
El desprestigio de la cultura ha conquistado cotas muy altas; ni siquiera se disimula. Los lugares que traían a la memoria vivencias singulares, experiencias íntimas, instantes únicos, ya no están, ni estarán. En su lugar se erige la desmemoria, que es lo que la uniformización de las ciudades ha traído; se extiende sin pausa el sentimiento de no pertenencia, de extrañeza y exilio. Si una persona no se identifica con el medio en que vive, sueña y actúa, si se siente ajeno, distante y asediado, es que no es él. Está enajenado, exiliado, alienado, apartado de sí mismo: sin auxilio.
Las gentes se buscan y luego se mezclan estos días, buscando una familiaridad que, en otros días, quizás no exista, o se encauce de otra manera. En los parques, las aves que escaparon de sus hogares se reúnen en las ramas de los árboles más emblemáticos; juegan, cantan y bailan, en un arrebato de alegría. Alboroto que a pocos molesta, música para estos días tan corales, antídoto contra el tedio y la apatía.
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