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Quienes hayan viajado por Albania se habrán dado cuenta de la cantidad inusitada de búnkeres que hay construidos. Actualmente no se les da el uso ... que tuvieron cuando se inauguraron, la defensa del país contra un supuesto ataque del enemigo, que cambiaba según cambiaban las hojas del calendario, y ahora eran las tropas de la OTAN, como podían ser luego las del Pacto de Varsovia, o cualquiera. Eran tiempos de la llamada 'guerra fría', término que inventó George Orwell, el de 1984, pero que a veces, de lo caliente que se puso, a punto estuvo de provocar más de una guerra nuclear, sabiendo que con media tenemos de sobra. En la cornisa atlántica de Francia, mirando al mar majestuoso, destacan muy a la vista los búnkeres que los alemanes, cuando ocuparon esa parte del país, levantaron para enfrentarse a una invasión de los aliados de entonces. Sigue habiendo búnkeres en las laderas de los Pirineos, y, hace poco, en una playa mediterránea pude contemplar uno que, en la época de la inmigración, sirvió de vivienda a una familia. Hay una placa que lo recuerda.
Todos los búnkeres se han reconvertido en Albania, como la sociedad toda que sobrevivió al totalitarismo. Los búnkeres solitarios, abandonados, desarmados, en forma de hongo o de melocotón en almíbar, cómo y desde dónde se mire, son a la guerra como los fuegos artificiales de las noches de agosto cálidas, cuando brillan en el cielo con gran estruendo y luego desaparecen, y solo queda el fuerte olor a pólvora. Son mudos testigos inútiles de un tiempo de espantos y de esperanzas lejanas, como las agujas con las que los geógrafos señalan puntos en un mapa.
Quieren, lo he leído en alguna parte, que se construyan búnkeres; nos instan desde las más altas instancias a que hagamos acopio de alimentos, que nos preparemos para lo peor; lo que quiere decir que las viviendas actuales, tan cómodas, tan acogedoras, con su wifi, sus electrodomésticos y sus enseres acumulados con el tiempo van a acabar siendo fortalezas. Algunas son ya, de por sí, inexpugnables, que para entrar hace falta algo más que el código secreto y enseñar la patita, como en aquellos cuentos infantiles que tanto nos divertían entonces, y tanto rubor nos producen hoy en día, de mayores. Con el tiempo, de seguir así, seremos como erizos, cubiertos de espinas por todas partes, menos por una, esencial para la reproducción de la especie y otros menesteres hábiles para la subsistencia, habitantes de castillos y catacumbas.
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