Casi al mismo tiempo que Donald Trump, orgulloso presidente de los Estados Unidos, juraba su cargo, una mujer en Gaza, escondiendo su rostro con las manos, asustada, se enfrentaba a los restos de la casa que, no hace poco, estaba erguida y llena de vida, ... con niños y niñas jugueteando en el patio, ancianos, sentados a la sombra de una higuera, pensando sobre el difícil porvenir en una tierra sitiada. Un hombre y una mujer golpeaban con alegría un tambor, mientras cantaban el himno en honor al santo que dio nombre a la ciudad, y apenas se preocupaban de nada que no fuera marchar al ritmo que marcaba una charanga entrenada para actuar en días festivos y altamente señalados.

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Donald Trump pensaría en ese momento que cuatro años son muy pocos para cumplir con lo que ha prometido, si es que quiere ser fiel a las promesas dadas, porque se promete según las esperanzas y se cumple según los temores, y las esperanzas se vuelven vanas y los temores infundados. La mujer de Gaza pensará seguramente que no le queda tiempo para reconstruir su hogar y rehacer su vida; quizás le haya abandonado también el ánimo, porque no es verdad que los seres humanos se fortalecen en la desdicha, al menos en la suya. Se sacan fuerzas de donde sea, eso sí. Los que tocan el tambor para celebrar el santo quizás piensen que no hay otro día igual, ni otra ciudad parecida, porque, cuando la fiesta avanza, el tiempo retrocede o se queda quieto, confundido en un rincón, y, mientras tanto, suceden cosas, las gentes van y vienen, las olas avanzan o retroceden, como las riadas humanas que ocupan las calles y lugares de encuentro.

Los acontecimientos son como son, querámoslo o no. Algunos se reiteran año tras año, como es la tamborrada; otros, cada cierto tiempo, como es la toma de posesión del presidente de los Estados Unidos. Unos pocos son excepcionales; tomemos como ejemplo la destrucción de Gaza, sin parangón en la historia nefasta de la humanidad, tan pródiga en dolor, muerte y desolación, tejedora de ruinas, fabricante de llanto y pesar, desdeñosa de consuelos.

Se pueden citar miles de hechos que suceden al mismo tiempo en el mundo, sin que haya una causalidad que los una. La alegría no va pareja con la tristeza, la rabia no casa con la debida reflexión sobre lo que ha pasado, el daño sufrido pocas veces es compañero del placer. Vivir el presente es posible, si se olvida que hay otros presentes y, asimismo, hay otras vidas, que no terminan en la propia.

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