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Tras la pandemia larga y dolorosa, todos pensábamos que íbamos a convertirnos en mejores seres de lo que fuimos, porque hay determinados momentos en los ... que hay necesidad de creer en uno mismo y en el prójimo, en la voluntad de la gente, eso que algunos llaman 'pueblo' y otros no llaman nada, porque no lo conocen, ni les interesa. Pasó todo aquello, se difuminó aquella sensación de soledad; se mitigó su pesadez y gravedad, en parte, por las comodidades y dulzuras del hogar, por tener un lugar en el que estar y extasiarse, guardar y guardarse, mirar y mirarse; se desvaneció el miedo a lo desconocido: ¿qué hay más allá?
Algunos hicieron acto de contrición repentino, ejercicios espirituales acelerados por aprender de lo pasado, que no volviera a suceder, nunca más, no de la misma manera. Otros muchos, una vez superado el sentimiento de zozobra que toda ocasión peligrosa provoca, volvieron a la vida anterior, apurando el presente como si no hubiese un mañana, despreocupados aparentemente de todo recuerdo, orillando cualquier signo de tristeza y congoja, ciegos a todo lo que no fuese la propia realidad inmediata y cotidiana.
A pesar de los pesares, porque casi nadie vivió aquello sin sufrir dolor, triunfó lo público sobre lo privado; prevaleció la seguridad sobre la incertidumbre, garantizando en aquel momento, crucial como frágil, la continuidad de la vida.
El desastre ha sucedido y la reacción primera es de estupor. Nadie pensaba que iba a ocurrir en esa magnitud ni con esa virulencia: vidas humanas perdidas, pueblos y patrimonios arrasados, construcciones abatidas, llevadas por el agua. Luego viene la ira, la rabia, la cólera, el enfado, al ver que todo lo atesorado durante toda una existencia ya no existe, está doblemente enterrado bajo el fango. Es difícil juzgar a nadie que sufre catástrofe de ese tamaño, cuando no se está en esa situación, y se ve de lejos como una película de terror. Es difícil ser gobernante y soportar las desgracias y reveses sin vacilar siquiera un instante. En la alegría como en la desdicha, cada cual saca lo que tiene: lo mejor y también lo peor. Va ser largo y arduo el regreso a la normalidad, que sucederá. Mientras tanto, se escuchan cantos de sirena, que enloquecen a quienes están cerca.
Un abismo se está trazando y definiendo entre los gobernantes y los gobernados, que ven cómo pasan los días y la situación no mejora, y su salud se resiente. Un abismo que puede dilatarse. ¿Aprendimos algo?
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