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Hay un bar famoso en Hondarribia donde los turistas y foráneos, sobre todo, guardan cola para hacerse con un pintxo, especialidad de la casa, galardonado ... con algún premio. Supongo que, en otras latitudes, no tan lejanas, la gente está acostumbrada a esperar en orden, a qué llegue su turno, y así comprar solícitamente lo que sea que se quiera. Son sociedades educadas, respetuosas y bastante pacientes. En esta ciudad he visto gente saltarse filas, montar en cólera, comenzar a insultar a los compañeros y a la administración, pelearse, amenazar después: todo un espectáculo, al final. Como lo es el de ciertos conductores, cuando el semáforo en el que están varados cambia del rojo al verde. La luz con su velocidad tarda más en llegar, en ese instante, que el pitido o bocinazo de quienes se sienten afrentados porque el conductor que les precede se demora en arrancar.
Hay quienes no saben esperar, porque el hecho mismo de estar a la espera les produce ansiedad, malestar, inquietud. Ven que pasa el tiempo y que la hilera dichosa no avanza, no en la forma en que se desearía, o que, pudiendo estar haciendo otras cosas, nunca se sabe qué, se encuentran quietos y no saben adónde llevar ojos, manos y pies. El teléfono móvil ayuda mucho. Si alguien llama, y se responde, la conversación va alargándose y dilatándose para achicar la exasperación. Otros llevan libros de bolsillo, pero leer en posición erguida y estar atentos a los avatares de la fila no es sencillo. Muchos son incapaces de hacer dos cosas a la vez. O están, como soldados que hacen guardia en una garita inhóspita, o se dedican a otro quehacer y se desentienden del motivo principal que les ha traído a guardar cola, a permanecer en un lugar determinado, mientras se van resolviendo los asuntos de la gente que llegó antes.
No solo es cuestión de paciencia, sino también una cuestión de ánimo; depende del humor con que se haya levantado uno a la mañana, de las expectativas que se tengan para la jornada, de los problemas e inquietudes que anidan en la cabeza, de todo lo que se desea y tal vez no se pueda conseguir; en fin, de las frustraciones que se van afianzando simbólicamente en el temperamento y carácter.
Hay colas de todo tipo: las de gente que espera de la caridad ajena el suministro de las provisiones necesarias para subsistir, de mendigos con sus pocas pertenencias en las entradas a los bancos, para dormir en el suelo del cajero, una vez cerrado al público, si es que cierran.
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