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Esta semana se ha celebrado el ochenta aniversario de la liberación de Auschwitz, prototipo de campo de exterminio y símbolo, también, del horror creado por ... el ser humano. Viendo los actos de la conmemoración, bastante discreta, de acuerdo con la significación de un suceso tan doloroso, me llamó la atención la presencia allí de algunos supervivientes. Envejecidos y dignos, asumían su papel de testigos de la historia.
Auschwitz era y es, en la imaginación, la última estación. Más allá, la muerte, fin de trayecto. El hecho de que se siga conmemorando, igual que se conmemoran otros hechos trágicos, significa que la sociedad sigue ejerciendo el derecho a la memoria contra la persistencia del olvido, el mal de males; significa la superioridad de la vida sobre la muerte.
Pero la muerte no se contrapone a la vida. La muerte es contraria al nacimiento. «El delito mayor del hombre es haber nacido» escribió Calderón de la Barca. «Del inconveniente de haber nacido», tituló Ciorán un libro suyo. Hay un notable pesimismo en ambas frases, fruto, supongo, de la propia experiencia de los autores, y de su entorno. Pero para vivir la vida en su plenitud, si algo significa, es imprescindible haber nacido, haber venido a la existencia. En definitiva, la vida es eterna, y cada uno de nosotros no es más que una manifestación temporal; apenas somos astillas en el gran árbol de la ciencia, que sigue su desarrollo infinito.
Los supervivientes que tienen conciencia de serlo pueden ofrecer una gran lección a quien quiera aprender, claro está. Hoy en día, se tiende a menospreciar a todos los que han superado cierta edad y se elogia la juventud, como si, fuera de contexto, supusiese un valor añadido. Igual que los mayores ignoran y desprecian, muchas veces, las aportaciones de los jóvenes, tildándolas de ingenuas o fútiles.
No se trata de ser más viejo o más joven, de tener mayor o menor experiencia, de haber vivido más años o menos, sino de haber sabido sacar alguna enseñanza de la misma, de haber tenido la suficiente entereza para reconocer lo aprendido. El mayor delito del hombre no es haber nacido, sino haber vivido sin saber que lo hacía, no haber aprovechado su estancia en el mundo para ser mejor en todos los aspectos.
En Auschwitz no se acabó el tiempo ni se puso fin a la historia. Hay mucho sufrimiento en el mundo, mucho dolor acumulado, mucha ansiedad, pero también mucha alegría. Nada se acaba, por mucho que se anuncie: nada se agota.
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