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Esperar que caiga una hoja de un roble raquítico en medio de un bosque frío, lejos de cualquier establecimiento o pueblo, es un acto difícil ... de explicar con las artes de la razón, y, también, con las del corazón, que nunca deja de empujar la vida hacia la grandeza original. La hoja, seca, rugosa, carente de los atributos que poseyó durante la primavera pasada, sólo confía su suerte a las bondades de la naturaleza o del azar, que muchas veces coinciden en sus intereses, y espera que su final sea suave, indoloro y, quizás, provisto de esa majestad que algunos humanos hacen alarde en sus últimos momentos, honrando de esa manera aquello que fue su existencia.
Vivir el instante; saborear hasta la última gota de licor; respirar el aire tan profundamente que duela en los pulmones; andar con lentitud, sin precipitarse, sabiendo que por mucho que se ande nunca se llega al final del camino, porque al final nada hay; mirar con los ojos siempre bien abiertos, que todo se incluya en su visión: es lo que llaman algunos, serenidad, y otros, bienestar.
Pongamos que se pregunta a la gente si es feliz, o si lo ha sido alguna vez. No dudo de que todos responderán de manera afirmativa, creyendo que lo que alguna vez fue extraordinario, aunque fugaz, es, a grandes rasgos, sinónimo de ese estado placentero. Y nadie puede poner en duda dicho sentimiento, ni tal sinceridad, aunque muchas veces sea la vanidad quien habla, en lugar de la sensatez. Si se pregunta por el amor, si alguna vez se ha amado, o si alguna vez ha sido alguien amado, la respuesta será, seguramente, afirmativa: se ha amado y también se ha sido amado. Sin embargo, no todos relacionarán ese momento supremo en el que han amado o han sido amados con la felicidad. Pero son, de alguna manera, causa y efecto. El amor y la felicidad son portadores de alegría. El amor desgraciado es un falso amor, sea cual sea la sinceridad de los amantes, porque falso es todo lo vacío y fuente de infelicidad. El tiempo puede sanar el amor sin esperanza, pero lo hace de tal manera que lo cura para siempre, inhabilitándolo perpetuamente.
El tiempo de espera es la esperanza de un tiempo mejor, menos doloroso: un tiempo no sujeto a los vaivenes de los sentimientos. La hoja, al fin, cae, sin estruendo ni exhibición. Amplia el silencio que ya existía antes. El árbol raquítico espera, asimismo, que sigan cayendo sus hojas. Desnudas y ligeras las ramas, se prepara como un boxeador para afrontar el combate.
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