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Nostalgia del futuro', así llamaban los clásicos a la utopía. Es como si en sus sueños y delirios, en sus noches en vela, en sus ... paseos solitarios, aguijoneados por la duda incesante, acosados por fuerzas oscuras, más allá de su entendimiento, intuyeran o previeran la posibilidad de un mundo mejor, de una humanidad curada de los males que padecieron en su momento. Idearon, con precisión científica, ciudades, donde el trabajo, tal y como lo conocemos, desaparecía, y el tiempo dejaba de existir. Todo era un presente continuo, una alegría infinita.
En Madrid, el jardín botánico es, por estas fechas, un espacio poco visitado. Luce el sol al mediodía, un tanto tímido y bonachón, que aviva y despierta el ánimo de los transeúntes. Los castaños, tilos y fresnos enseñan su desnudez fría, su auténtica naturaleza, despojadas de los adornos que lucían. Las rosaledas aparecen huérfanas de flores, y en los paseos donde en verano, viñas de distintas madres, ascendían y tomaban posesión de los lugares más altos y aireados, ahora no hay nada que sea agradable a los sentidos: tierra baldía. El paseo es tonificante; dominan los grandes árboles traídos de la antaño Formosa, ahora Taiwán, de las Filipinas, de Luisiana, de Florida, de la Amazonia, exóticos todos. En un rincón, como tiene que ser, se puede visitar el huerto donde pacientes horticultores cuidaron especies venidas de muy lejos; existe también, un rincón donde se apilan bonsáis. Pero el mirto, laureada planta digna de poetas y oradores, está verde.
El espíritu de la época es, en general, de pasiones tristes, de soledades no confesas ni asumidas muchas veces, de enfermedades no declaradas, de ímpetus ahogados, de ilusiones dormidas, de deseos enterrados en un arcón. Conviene, de vez en cuando, aprovechar los ratos en que el sol se destapa y salir a admirar los paisajes, tanto humanos, como físicos que la gran ciudad ofrece de forma gratuita. La gente, solicita y amable, las grandes avenidas, como cintas transportadoras, los pequeños parques infantiles, los bancos, donde contemplar las puestas de sol, o los amaneceres, si se está despierto a esas horas, el vaivén de las maletas en su rodar.
El mundo de hoy, apresurado y nervioso, avanza a toda velocidad, no le conviene perder el equilibrio ni la ventaja adquirida. No mira atrás, no quiere demorarse en divagaciones absurdas, ni ensuciarse las manos con vanas melancolías. El futuro también tiene prisa; teme al pasado que fue.
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