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Casi todos los sentidos están afectados estos días con el anuncio de la Navidad cercana y venidera. Si uno camina por la calle y va ... mirando hacia arriba, en lugar de mirar adonde debe, verá que la ciudad está engalanada de luces pequeñas y recurrentes, algunas en forma clara de estrella. Si afina el oído, cosa difícil, pero no imposible, para los que han entrado o están a punto de hacerlo en la edad provecta, dilecta y diligente, oirá tímidamente canciones que le retrotraerán a su infancia, cuando el invierno solía ser más crudo y se cantaba, para espantar los males, al niño dios, a los pastores, a los magos y al belén. Si abrimos las ventanas del olfato, como se abren las de casa, para que todas las estancias se ventilen, notaremos cómo viene el olor a castañas asadas, desde algún punto del centro, señal inequívoca de que el otoño llega a su fin, y lo que viene es una incógnita o un desvelo. Asimismo, se van anticipando los olores futuros, avivando el gusto por las comidas recias en la buena mesa. Y las tiendas, almacenes y expositores ya están llenas de productos suaves al tacto, regalos para los seres que se aprecia, se quiere y se añora.
Son tiempos singulares y transitorios, para poner en orden las cosas confusas y complicadas del corazón, que son, en definitiva, las que importan, cuando nada o poco tiene relieve, porque falta el hálito de la trascendencia. Son aspectos de la vida que se han ido descuidando, porque lo material y también necesario, no siempre en ese orden, tiene y ha tenido su lugar preeminente, su dominio, y se ha descuidado lo demás, abandonándolo al rincón donde se guardan, junto a los recuerdos del pasado, los afectos del porvenir. Todo tiene su rutina, su dinámica, su tiempo. Se piensa que lo que prioritario cambia según las necesidades; y puede que sea al revés, que la necesidad va perturbando y mudando de intensidad según las prioridades de cada cual. Lo que está bien en un tiempo, ¿por qué ha de estar mal en otro? Es la lógica irreverente de la edad; los gustos cambian porque cambia el cuerpo. En esto como en otros aspectos, hay quien aprende, y hay también quien nunca escarmienta. La edad es, a veces, una excusa para la inacción.
Saber encontrarse y saber despedirse, saber consolar y saber ayudarse, saber ser y saber estar, saber que se sabe y saber sin saberlo son cuestiones que afloran, más en estos días, anticipo de algo que puede ser gozoso y tranquilo, suave y tibio, como el ambiente.
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