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La primera vez que aparece la palabra 'sororidad' en lengua castellana es en 1921, de la mano de Unamuno, don Miguel, en su novela titulada ' ... La tía Tula', cuando se refiere a Antígona, «que sufrió martirio por amor a su hermano Polínices». Don Miguel se pone a favor de la mujer, en contra del hombre, Creonte, y afirma que, igual que existen las palabras 'fraternidad' y 'fraternal', referidas a hermandades y valores aceptados por hermanos, o por varones, que dada su actividad se tratan familiarmente, por la misma lógica deberían existir las palabras 'sororidad' y 'sororal'. En 1984 la RAE aceptó en su diccionario el término 'sororal', pero hasta 2018 no se reconoció la palabra 'sororidad', en el sentido, entre otros, de solidaridad entre mujeres.
Dice Antígona en la obra de Sófocles, «no estoy hecha para compartir el odio, sino el amor». En esa frase reside, a mi juicio, el sentido de la sororidad, en amar y evitar odiar. La solidaridad entre mujeres ha existido desde siempre, como han existido sin interrupción el afecto, el amor y la pasión entre ellas. No hay más que leer a los clásicos para saber que hay muchos personajes femeninos, hoy bastante olvidados o sustraídos de la corriente principal de la memoria. Si lo sabemos es porque se ha divulgado de alguna manera, a pesar de la tendencia natural y cansada al olvido más sutil. No se puede obviar la historia de la literatura sin la aportación de todas las mujeres, pero también hay que reconocer que dicha historia ha sido escrita por hombres, desde su punto de vista, que a veces las tiene en cuenta, consideración, y, muchas veces, simplemente, las ignora.
Hay palabras que, por mucho que se pronuncien, no consiguen siempre hacerse audibles. Hay palabras que aparecen, se desarrollan y luego mueren, sin saber cómo ni por qué. Tiene que ver con la moda o con las fluctuaciones de la sociedad, que va cambiando de etiquetas y de costumbres, signos de la época, para ajustarse a la nueva situación y justificarla. Todos necesitamos explicar qué hacemos aquí y ahora, qué hemos hecho desde el momento inocente del nacimiento, pero, a veces, las palabras no son suficientes, y, a veces, las palabras sobran, porque basta el silencio más brutal.
La vida está hecha de saudades, de nostalgias, de equívocos, de grandes y pequeñas derrotas. ¿Cómo denominar a la hermandad de solitarios que pululan por la ciudad, reconociéndose, pero sin atreverse a entablar conversación? 'Saudaderidad', quizás.
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