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Como otros muchos niños, al no poder viajar más allá de los límites del pueblo en que nacimos, nos dedicábamos los amigos a recorrer el ... mundo a través del atlas. Eran grandes, como lo que representaban, y nosotros, pequeños, tal y como aparentábamos, sin disimulo. Los desplegábamos sobre la mesa grande del aula, o en la biblioteca pública. Crecimos entre sus páginas, encontramos refugio y diversión, a veces nos dormíamos entre fronteras imprecisas. Nos extrañaban, por sonar raros, algunos nombres: Helsinki, Reikiavik, Oslo, Ulan Bator, entre otros. No conocíamos a nadie que hubiera estado allí, nadie, nadie. Eran ciudades que no contaban en las películas del Oeste, que eran las únicas que nos dejaban ver, por la censura. Planeábamos ir a un punto de aquellos extraños y pasar no solo los años maduros del futuro sino la eternidad deseada.
Soñamos parajes alejados de todo lo conocido, islas apartadas y recónditas, de difícil acceso, ricas en todo lo que al ser humano le es necesario: abundante agua, árboles inmensos cargados de frutos, animales mansos y generosos, peces deseando escaparse del mar, para ir a morir a los pies, vides silvestres. Era una idea cierta del paraíso, la primera que, ingenuos, pensamos. Utopía, claro, pues no existe más que en la imaginación.
Pero, con el tiempo, y cierta habilidad para descubrir rincones escondidos, tengo escrita una lista de lugares amenos, donde es posible la vida relajada y tranquila, libre de quimeras, la paz segura, solo o en noble compañía, con la serenidad que regalan los años, sin ambición desmedida ni deseos infundados. Cerca, la montaña; no lejos, un arroyo frío y cantarín; a cierta distancia, una villa, ahora decaída, con su iglesia, tienda de ultramarinos, algún bar que otro, y un restaurante.
En la mente, sin embargo, se une, como en una batidora, que va disolviendo sólidos para hacer líquido agradable a la vista y muy dulce al gusto, lo que sucedió con lo que pudo suceder, lo que se vivió y lo que se disolvió en el feroz olvido. Si la mezcla y amalgama de recuerdos es grata a los sentidos, si hace esbozar una sonrisa, es que se ha perdido el paraíso. Pero hay otros; muchos, además; bastante a mano, algunos. Es el espacio donde domina la amistad, en armonía con la sensatez y la razón; se habla sin vehemencia de los problemas filosóficos difíciles, y se comentan los últimos poemas escritos, leídos o descubiertos, y nadie se siente inferior, ni desigual, sino al contrario.
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