¿Cambios en la Iglesia?
Felix Garitano
Sacerdote
Sábado, 7 de septiembre 2024, 02:00
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Felix Garitano
Sacerdote
Sábado, 7 de septiembre 2024, 02:00
El surgimiento de una nueva cultura, una nueva forma de enfrentarnos a la vida y a la muerte que se está implantando en nuestros pueblos, ha generado sobre todo en las generaciones más jóvenes, un serio distanciamiento del entorno religioso.
Todo apunta a que este ... hecho no es puntual, que no tiene marcha atrás. Esta situación está teniendo una gran incidencia en nuestras comunidades cristianas y por todas partes suenan gritos que piden un cambio en nuestra Iglesia. Cambio, una palabra usada habitualmente hoy en círculos políticos, económicos, científicos... es algo que siempre termina siendo más un deseo que una realidad.
Las confesiones religiosas, apoyadas fuertemente en la tradición de siglos de vida, son reacias al cambio, sobre todo si esos cambios afectan a la estructura de la institución. El papa Pablo VI, viendo venir lo que después ha sucedido lo manifestó lúcidamente al referirse a que «la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda el drama de nuestro tiempo».
La finalidad de estos cambios que tanta gente espera, no buscan defender la institución, sino hacer que la Iglesia sea capaz de aportar a esta nueva sociedad la savia nueva del Evangelio de Jesús. El gran padre Arrupe manifestaba antes de morir: «No me preocupa tanto que no haya vocaciones, sino si seremos capaces de aportar algo nuevo a este mundo».
La resistencia a los cambios no solo afecta a la institución, también a los creyentes que durante años han asumido un modelo de vida como algo inherente a su vida y ahora se resisten a los cambios, pues sienten que ello les genera inseguridad. Se palpa en muchos cristianos un cierto sentimiento de derrota. François Mauriac decía que «el valor de una opción no se mide por el número de adeptos, sino por la verdad y vida que lleva dentro». El nazismo contó con millones de adeptos, pero no nos llevó a la vida sino a la muerte. El consumismo, la sociedad del bienestar se presenta como una oferta sugestiva, pero nos puede llevar al vaciamiento interior, a la insolidaridad, a ver nacer una sociedad injusta donde millones de personas no llegan al mínimo para vivir.
Muchos párrocos de nuestra Iglesia diocesana, convencidos de que el cambio de la Iglesia comienza por uno mismo, están pidiendo a los cristianos ser capaces de asumir un cambio de mentalidad, abandonar los particularismos, estar dispuestos a apoyar cambios que acaso puedan herir de inmediato determinadas sensibilidades como puede ser la limitación de servicios, que laicas/os y religiosos/as asuman responsabilidades que hasta ahora las han tomado los curas...
Nos hallamos en uno de esos «signos de los tiempos», un nuevo Pentecostés en que tenemos que escuchar al Espíritu de Jesús, liberándonos de miedos y abriéndonos a nuevas experiencias. Nuestra Iglesia cristiana no sólo está en un Sínodo del que esperamos noticias ilusionantes, siempre debe ser sinodal, una familia de iguales, todos bautizados/as, con diferentes ministerios y responsabilidades, superando el clericalismo, una Iglesia en la que todos estamos dispuestos a colaborar y participar fraternalmente.
Sabemos que nuestro reto es difícil; nos lo advirtió Jesús que vivió una situación mucho más dura que la nuestra y que por ser fiel a su proyecto murió en una cruz. No fue una derrota, nació una vida nueva.
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