![Fiestas y más fiestas](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202302/14/media/cortadas/80797939--1248x1442.jpg)
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Nos equivocábamos –una vez más– cuando pensamos que con haber pasado las fiestas navideñas ya habíamos terminado con esa especie de marabunta festivalera que se desata. Pero lo que verdaderamente pasa es que las gentes son fieles y están como tallados y tatuados con punzones, ... brocas y todo tipo de marcadores a todo tipo de festejos. Pasadas las musiquillas de los villancicos, etc... hemos llegado a este punto, mojados por el relente de San Valentín y de sus ligaduras con el amor y esas cosas... y la zambullida en los carnavales y sus clásicas batallas que, si por mor de ampliar citas al Diccionario Ideológico de Casares recurro, he ahí que me baño en provocaciones tan altaneramente agresivas a las memorias de carnestolendas, antruejos, doñas carnes y doñas cuaresmas, jueves gordos y larderos, entierros de sardina, serpentinas, confettis, máscaras, comparsas, etc, etc, etc...
Por supuesto que todas las fiestas que ahora se celebran vienen adornadas con una especie de banderola epicena que nos indica su carga de acrimonia vengativa excepto lo que todos sabemos que ocurre con los cucos (que son los 'okupas' del abigarrado mundo del averío) que se diría que en todo el gran enjambre de los animales salvajes (incluido el de los humanos) uno de sus más inquietantes problemas es el de encontrar con su propio nido.
Y es que sucede que aun siendo de bellezas iconoclastas esas noches del estío en las que las estrellas dotan de sortilegios incandescentes hasta nuestros sueños más inverecundos, esa noche del veranillo de San Martín' en la que huyendo del mundo y sus habitantes para recluirse en la cabaña de la isla siente esa experiencia caudalosa de ese primer vagabundo; y del segundo 'que toca con sordina' y aún más el tercero que consigue llegar a saber lo que es 'la última alegría' (tres individuos que son, por milagro literario uno solo), muchas bandadas de humanos sin duda preferimos encontrar nuestro nido, nuestro lugar de dormición tan necesario para tantos adoradores forzosos del 'claro de luna' (aun si fuera con acompañamientos tan sublimes como los que dejaron exhalados los 'beethoven, mozart, debussy'...
De todas formas si de noches veraniegas, de nidos y estrellas a hablar me he puesto es por reiteración de antiguos escritos que tienen costumbre de visitarme en veces tantas y porque resulta que en este caso, nuevamente, estas letras se me vienen atropelladas a la memoria por cuestión de la camada o acampada de las fiestas que, por estas fechas, tiene por costumbre el calendario la costumbre de fustigarnos, que es que avanzando hacia la primavera, parece como si un gran gigante comenzara a despertarse . Y he ahí que, como la gran carrera que superara a cualesquiera otra que la imaginacion creativa humana pudiera soñar y crear, se me asoman unas actividades que la volitiva mental humana pudiera trasoñar, amen del acicate de las gentes muchas que se mueven al traspié del sol, de las playas que ya comienzan a más acercarse, de esa cierta apoplejia que se nos asoma por las meninges sobre esa necesidad de las gentes muchas y su euforia interior, fiestas y festivales tantas y tantos que dieran superar hasta a algún delirio de lo divino y de la pura mística adentrándose por nuestras soledades imaginativas.
Volviendo a las fiestas o a su sustrato básico que se supone que sea la alegría, se me ocurre imaginar otros recónditos y aparentemente más serenados lugares en donde dicen que pueda encontrarse acomodo, lugares, por otra parte, muy contrastados a aquellos en los que lo popular desemboca y hasta se desboca. ¿Será el momento, me pregunto, de esa especie de redoma de esencias odoríferas que exhalan los claustros monacales vestidos de luz augustamente fantasmagórica, largas filas de monjes husmeando o venteando en horas incongruas el rastro de lo divino en la fe en que se mueven? Nunca será hora de preguntarle ni al cálido viento solano o a la brisa acariciante, ni al vuelo de los vencejos en el azul en su ronda de enamorados celestes, si ése sentido del creer tiene o no fundamento alguno, y es aquí es donde confluyen, sin duda, el todo y la nada, que si damos con el monje que tiene el hilo del morir como diana augusta, la alegría le nace como un canto vesperal, una balada ucrónica, algo como una melodía country que se le mezcla entre las barbas y hacia las manos enrosariadas y se parece adivinar que es la dirección conveniente aunque en realidad ni él ni nadie sepamos hacia dónde se encaminan nuestros errabundos pies, eso si: llenos de fiestas y más fiestas.
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