

Secciones
Servicios
Destacamos
Llegó, tras un aplazamiento comprensible pero baldío, el día de la final más esperada. Un partido inédito, al que asistiremos virtualmente desde una especie de ... emoción compartida y discontinua: echaremos en falta el colorido de un campo lleno y lo viviremos desde casa. Será, está siendo ya, todo pasión pese a que faltará la magia de las aficiones compartiendo en el campo la ilusión, los nervios, la rivalidad vecinal. El fútbol es mucho más que un deporte. Los sociólogos lo califican como el 'hecho social total'. Aglutina elementos identitarios, arrastra pasiones, despierta lealtades perpetuas y genera un tipo de adhesión inquebrantable en torno a los colores de un equipo. Gestionar un club de fútbol equivale a profesionalizar un sentimiento, a ordenar mucho más que una empresa. Y si ésta se ordena sobre la base de valores de seriedad, compromiso, humildad y determinación el éxito social y deportivo se asienta, como ocurre en la Real, sobre sólidos cimientos. Mis viejos recuerdos como aficionado chocan con esta impactante realidad económica: el fútbol es negocio, puro mercado, los aficionados somos meros comparsas. Vivimos este posmodernismo como muestra de una triste realidad para los amantes del romanticismo futbolero de antaño. Pero pese a todo, pese a esta desnaturalización de los valores clásicos del fútbol, pese a lo desnaturalizado que supone ver una final sin público, hoy es un día para soñar y para disfrutar, un día en que dejamos de ser accionistas de una sociedad deportiva y por un día volvemos a ser abonados, forofos seguidores de unos colores (txuri urdinak¡) con los que nos identificamos.
Las finales se juegan para ganarlas. Más que nunca es un cara y cruz. Mi pronóstico y mi deseo es que gane la Real, el mejor de los dos finalistas. Pese a nuestra ancestral tendencia, tan guipuzcoana, hacia la austeridad emocional, creo que la Real tiene, tenemos mejor equipo, mejor plantilla deportiva y más alternativas de juego para lo que exige una final. Dicho esto y pese a ser consciente de que ir a contracorriente, si me dijeran que alguien nos tuviera que ganar una final (¡espero que no¡), preferiría que fuera otro equipo vasco (en este caso, el Athletic), sin duda. También en este mundo del fútbol los vascos nos comportamos con frecuencia como una especie de confederación no muy bien avenida. Nunca he entendido que en Anoeta (Reale Arena) o en San Mamés se festejen los goles que recibe el rival por parte de otro equipo que no es el nuestro, o que se celebren sus derrotas cuando se están enfrentando a otros equipos. En uno y otro lado de la autopista ese sentimiento solo puede responder a complejos o a envidias tan absurdas como irracionales.
Por eso, y de forma sincera, desprovistos de absurdas polémicas y de rivalidades generadas de forma tan interesada como infundada, nos alegraremos desde Gipuzkoa como vascos de vuestro éxito deportivo en la siguiente final, la que os enfrentará al Barça (que nos ganó la última final jugada por la Real, en 1988). Pero mañana nos toca ganar a nosotros, a la Real, como en aquel caluroso atardecer en Zaragoza de 1987, presente en la memoria, la final en que superamos al antipático Atlético de Madrid.
Mañana en Sevilla competimos dos equipos vascos, dos aficiones exigentes y fieles, de adhesión inquebrantable, orgullosas de su respectivo club, de sus colores y de sus valores. Demostremos que ambas sabemos comportarnos en la victoria y en la derrota: a una de las dos aficiones nos tocará sufrir y a la otra disfrutar, sepamos hacerlo con civismo y señorío, que de excesos y conductas poco edificantes ya vamos sobrados.
¿Qué propondría como estrategia si pudiera hablar con Imanol, nuestro entrenador, en la charla previa al partido con los jugadores? Que mire a los ojos a los jugadores y les haga ver que vuestra fuerza emerja de un sentimiento de pertenencia, de una visión compartida con toda esa preciosa secuencia de sentimientos que sobrevienen cuando comienza el partido, con la ilusión de toda una afición que estará, estaremos muy presente hoy pese a la ausencia física.
La Real tiene virtudes para conseguir el sueño de vencer con inteligencia y pasión, con entrega y estrategia, con dosis medidas de épica y de mente fría. Tiene que asentar hoy su fortaleza deportiva y anímica desde algo muy alejado de la suerte o de la casualidad: ha de ser un equipo solidario, unido en torno a un proyecto, disciplinado, serio, profesional, sin divos ni egos desmedidos, con los pies en el suelo, ilusionados con su reto. Nuestra baza ha de ser ese valor de humildad, de superación, de sano orgullo por el trabajo bien hecho. Un equipo humano. Un equipo con el norte claro. Mucho más que una suma de buenas individualidades. Así se construyen los proyectos exitosos.
Pediría a los jugadores realistas que demuestren su casta, su carácter, que apuren cada minuto de la final, que no les agarrote la responsabilidad, que piensen en todos los que os apoyamos, en nuestras ilusiones y en los sueños que generáis; que sean solidarios, un equipo de verdad. Con todos estos valores y la sana ambición deportiva la Copa se quedará en Gipuzkoa para trasladarnos un fogonazo de felicidad y de ilusión en medio de un contexto pandémico tan complejo como el que nos toca vivir. Gora Erreala!!
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El humilde y olvidado Barrio España: «Somos como un pueblecito dentro de Valladolid»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
No te pierdas...
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.