La fotografía más antigua de nuestro álbum familiar tiene siglo y medio. Es un retrato de estudio de mi bisabuelo, Melitón Aguirre Urdangaray, mozo activo y de mente despejada quien, como tantos otros segundones, fue enviado desde su Astigarraga natal a servir de 'morroi'; hasta ... que la diosa Fortuna llamó a su puerta y él supo atraparla. En el Madrid de la década de 1870 se hizo una posición, cursó estudios y volvió a Gipuzkoa titulado como maestro. De aquella estancia data la primera foto de la colección que presenta a un joven serio, repeinado, con plastrón y chaqueta de cuello aterciopelado; un incipiente burgués.

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Desde la distancia que nos separa, 150 años y tres generaciones, miro al bueno de Melitón y es como si me hablara a través de ese cartoncito ovalado en aceptable estado de conservación. Y me asalta la pregunta: los niños de hoy, ¿cuántos de los cientos o miles de fotos de su infancia y juventud podrán enseñar a sus nietos? ¿Cuántas imágenes obtenidas por medios digitales sobrevivirán dentro de 50, 60, 80 años? La respuesta de los expertos no anima al optimismo: quienes no inviertan tiempo y dinero en el mantenimiento de sus fondos fotográficos tendrán cero posibilidades de legar a sus descendientes un álbum como el mío. Pues en un plazo no demasiado largo nuestros discos se deteriorarán, los lectores ópticos caducarán, los nuevos programas y sistemas de almacenaje volverán inservibles a los actuales, y de la 'nube' mejor no hablemos (¿quién puede fiarse de los 'señores del aire' destripados por el filósofo Echeverría?).

Así son las cosas en este mundo en permanente 'progreso'. Del mismo modo que el vídeo mató a la estrella de la radio según la cancioncilla, la foto digital terminó con la magia de los revelados de toda la vida. Es como si la pérdida del aura −«manifestación irrepetible de una lejanía» que lamentaba Benjamin respecto a la obra de arte en la era de la reproductividad− tuviera ahora su prolongación en este tránsito desde la foto inmortalizadora de ayer a los clics rutinarios, impensados y masivos de hoy. Las instantáneas nunca lo fueron tanto: instantáneo consumo, instantáneo olvido.

Los expertos aconsejan conservar en papel impreso de buena calidad aquellas que apreciemos más. O sea, que no hemos avanzado un palmo desde los tiempos de mi Melitón. Y, salvo que espabilemos, es de temer que la época con mayor producción iconográfica de todos los tiempos acabe convertida en una 'edad velada'. ¡Cuánto daño está haciendo el 'carpe diem'!

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