Cuando había varios sacerdotes en cada iglesia la población estaba atendida en todos sus sacramentos, bautizos, comuniones, bodas, funerales y hasta procesiones. Los curas conocían con detalle la vida de sus feligreses, sus problemas, debilidades, vicios y virtudes... Al fallecer un vecino, el sacerdote lo sentía como su propia familia y, en su funeral, hablaba de él, de su mujer, hijos, trabajo… con conocimiento, se le notaba. Ahora, en los pueblos, tienen que atender a varias parroquias, a muchas ovejas a la vez; algunos curas, ya mayores, van de iglesia en iglesia derrapando, corriendo para celebrar misa, bautizar a pocos niños, casar y atender funerales. Hacen lo que pueden, que es mucho y bueno, pero, en general, no conocieron bien al finado, salvo algún detallito que le cuentan los familiares antes de la ceremonia y poco más, el resto generalidades: magnífico amigo, esposo ejemplar, mejor padre, maravillosa persona, solidario, buen carácter, estupendos principios… todos los ausentes fueron buenos, como si morirse beatificara. Yo no iré a mi funeral.
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