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Ahora se trata de saber si el Gobierno de izquierdas que surgirá de la investidura servirá para resolver problemas, mejorar las condiciones de vida de ... los más desfavorecidos y solo eso, o sí además llevará a la fractura del Estado constitucional ante las exigencias de una parte de los independentistas catalanes.
No creo que nadie sepa en este momento lo que dará de sí la legislatura, en el caso que haya Gobierno después de Reyes; por eso resulta un tanto precipitado hablar ya de traición, destrozo y fin del Estado constituyente en términos apocalípticos. Habrá que dar, al menos, los consabidos 100 días de margen para ver por dónde va el balón sin forzar los diagnósticos que parecen buscar el autocumplimiento de la profecía.
La disyuntiva es complicada pero parece que, puestos a elegir, es preferible un mal Gobierno que un no Gobierno y vuelta a otras elecciones, con el cántaro ya definitivamente roto y vete a saber si con los de Vox como partido más votado.
En este punto hay que recordar la posibilidad que tuvieron Ciudadanos y el PSOE, después de las elecciones de abril, para haber formado un Gobierno con una sólida mayoría absoluta: 187 escaños, que hubiera garantizado una legislatura estable, que hubiera acabado con la dependencia y la sobrerrepresentación de los independentistas y que hubiera sido lo mejor para el país y sus habitantes. Ciudadanos se hubiera convertido en el partido hegemónico de la derecha y el PSOE habría reducido a los populistas, que perdían votos elección tras elección. Esa sí que fue una oportunidad histórica perdida, que hubiera ahorrado bastantes de los problemas actuales. Pero ahora estamos en elegir entre lo malo, Gobierno en precario, y lo peor, nuevas elecciones. Parece preferible un mal Gobierno que seguir sin Gobierno.
Va a ser el Congreso más heterogéneo y fragmentado de la historia de la democracia, que se inauguró en 1977 con un sistema con el que se pretendía lograr una estabilidad ante la sopa de letras de partidos que acudieron a las primeras elecciones de aquel año. Ahora tenemos partidos que se estrenan con un escaño y un grupo mixto que corre el riesgo de ser mayoritario, digo riesgo porque resultará un Congreso más difícil de gestionar. Luego está la fractura dentro de los propios independentistas catalanes que tienen la palabra traidor siempre dispuesta y que pelean entre ellos por mandar en Madrid y en Barcelona.
En el caso de que arranque la legislatura el Gobierno deberá negociar con todos y a todas horas para tratar de sacar adelante medidas que beneficien al interés general, pero que estarán afectadas por la reivindicación particular. Pero ese escenario complicado es mucho mejor que volver a nuevas elecciones.
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