Urgente Retenciones en la N-I en Villabona, sentido Donostia, por un accidente múltiple

Puede que fuera la última gran trola de un régimen patológicamente mentiroso. La profirió en 1985 Andréi Gromiko, incombustible ministro de Asuntos Exteriores y principal valedor de Gorbachov como líder de la URSS: «Mijaíl Sergueievich tiene la sonrisa amplia, pero sus dientes son de acero». ... En jerga bolchevique ello significaba que, aunque sus maneras recordasen a las del simpático Nikita Jruschov, era en esencia un recio estalinista ('stalin' = hecho de acero). Quiso así Gromiko tranquilizar a una población que nunca ha sentido particular aprecio por los poderes blandos ni dejado seducirse por los reformadores.

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Sin embargo, Gorbachov no solo tenía la sonrisa franca sino que estaba convencido de que podía masticar sin dientes. Es decir, que era posible salvar la experiencia soviética dejando por una vez de lado el 'knut', tradicional látigo ruso. Y eso cuando el llamado 'socialismo real', absoluta irrealidad demagógica, se hallaba atrapado en las arenas movedizas de la incompetencia estructural, la indolencia social y la obsolescencia material. Mientras Occidente aceleraba el paso hacia la era cibernética, a los hogares rusos no había llegado el teléfono y las fotocopiadoras estaban prohibidas por razones de seguridad.

A la «profunda necesidad de reformas» reclamada por su predecesor, el efímero Andropov, debía responder su delfín Gorbachov con dentadura propia o con postiza: jamás un hombre político se enfrentó a una tarea tan colosal, según el historiador del comunismo Jean Elleinstein. Abrió batalla contra el alcoholismo, la economía sumergida y el mercado negro, el absentismo laboral y la ausencia de disciplina, así como contra la corrupción y las mafias, lo que le granjeó la antipatía de amplios sectores. En el plano social, liberó la palabra y promovió la transparencia del poder burocrático. Pero ya era tarde: la URSS, gigante con pies de barro, no podía dar un solo paso sin desmoronarse. Tal como ocurrió.

Insisten los medios en que buena parte de la actual opinión pública rusa culpa de la disolución del imperio soviético al fallecido Gorby. Que es como denunciar a un médico de reanimación porque el muerto cerebral no pudo irse de parranda.

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Tras el fin de la utopía, el país se despeñó en la dictadura del dinero y el darwinismo social. Cerró el zoo donde vivían encerrados millones de seres humanos y todo se hizo jungla. Pero esto ya no se le puede achacar al hombre de la mancha en la cabeza que, según la broma, le dejó en un alivio la paloma de la paz.

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