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Hace treinta y cinco años, en la Universidad de Tübingen, el pensador germano-judío Hans Jonas pronunció una conferencia que daría mucho que hablar. La ... tituló 'La idea de Dios después de Auschwitz'. Partía de la constatación de que durante el Holocausto el Creador estuvo ausente. «Dios callaba», repitió varias veces el conferenciante, «Dios callaba». Hombre de fe atormentado por este silencio, Jonas, que perdió a su madre en un campo de concentración, se preguntaba: ¿cómo, en su infinita bondad, pudo permitirlo? ¿Dónde quedó su omnipotencia?
Omnibondad y omnipotencia son incongruentes donde existe el mal. Al no poder renunciar a la primera sin negar la idea misma de Dios, la única explicación es que en el momento de crear el mundo Dios se autolimitó en favor de la libertad y la responsabilidad del ser humano. El Dios después de Auschwitz ni se deja ver ni se hace escuchar, es absolutamente esquivo, pero a cambio ha confiado en la humanidad la colosal tarea de realizarse y de acceder a lo divino. Si los milagros existen, son los hombres quienes los hacen. En suma, Dios no intervino ante el horror nazi no porque no quisiera sino porque no podía.
Javier Muguerza reflexionó con gran profundidad sobre la teoría de Hans Jonas. Increyente religioso, rechazaba la concepción de un 'Dios malvado', redactor del libro negro de la Historia, y proponía sacrificar la idea de la omnipotencia para salvar la de la bondad infinita: no puede ser perverso el espíritu que mueve a la solidaridad a millones de personas que asumen los rigores de una entrega desinteresada y arriesgada en favor de los más necesitados y desprotegidos (ni podía ser malvado el Dios en el que creyó su maestro José Luis L. Aranguren). Pero, admitido esto, ahí está la terrible lección del Viernes Santo, con un Jesús agonizante que grita al cielo su abandono, grito que los siglos no han apagado... mientras Dios sigue callado.
Lo anterior es un insignificante atisbo de la obra de Javier Muguerza, enorme pensador fallecido esta semana al que debería asomarse quienquiera que se pregunte por el sentido de las cosas. Filósofo de la perplejidad, entre la Escila del escepticismo y la Caribdis del dogmatismo buscó paso por una ruta más complicada pero también más honesta: la de no estar nunca excesivamente seguro de algo sin caer por eso en la parálisis, escogiendo e incluso comprometiéndose para seguir avanzando en el conocimiento y en la existencia. Avanzando hasta la última perplejidad: la de comprobar que, después de tanto y de todo, abandonamos este mundo sin saber exactamente donde hemos estado.
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