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Dónde acaban los diarios personales de la gente corriente cuando la vida les pone punto final? He rebuscado en librerías de viejo, entre las cajas ... de cartón de los brocantes, he encontrado cuadernos de viaje, poemarios y fajos de correspondencia íntima pero no he visto ningún diario. Quizá el pudor hace que desaparezcan junto a sus autores.
Los humanos llevamos siglos escribiendo diarios pero mis prejuicios me hacía verlos con desdén. Juzgaba como un hábito narcisista que alguien necesitara llevar un registro de su propia vida. Entonces, mi hija Ana volvió de pasar un tiempo en Oxford y me regaló el diario que había escrito durante su estancia. Entre una sucesión de anécdotas y vivencias, conecté con sus sentimientos de una forma más profunda. Más adelante, por culpa de esta columna, comencé a guardar en los bolsillos papeles pintarrajeados con ideas sueltas. Estrené una libreta y por respeto a quien me la regaló, pulí las palabras, les di estilo, y sin pretenderlo, me encontré cosiendo aforismos, recogiendo pensamientos de aquí y allá, decantando en un par de frases la esencia de cada día.
Así entendí porque, en tiempos de blogs, mucha gente mantiene un diario. Escribir para uno mismo es la forma más directa de conectar con tu yo escondido, de afrontar decisiones, de organizar emociones. De meditar y de relajarse. Mi hermana Helena cumple hoy 70. He copiado a Karmelo Iribarren la idea de su Diario de K y he preparado un Diario de H en blanco. Le llevaré los dos.
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