Pocas millas antes del fin del mundo, conocí a una anciana que mantiene viva la tradición de coser a mano las camisas de los pescadores gracioseros. En la isla de La Graciosa las camisas de trabajo se confeccionan con la técnica del patchwork, que consiste ... en coser entre sí retales de colores y origen diferentes para crear una pieza de tela más grande. La idea surgió de la necesidad en una isla tan aislada que no tuvo luz y agua corriente hasta hace cinco décadas. Los marineros rompían las camisas de mahón en la mar y las mujeres las reparaban cosiendo fragmentos de otras prendas desgastadas. Cuando ya me iba, murmuró algo en lo que sigo pensando. «Mis camisas son como las personas, están hechas de retales de vida».

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Estoy de acuerdo. Los recuerdos son fragmentos, vivencias que recortamos y cosemos en la memoria. Con esa tela creamos la nostalgia, un edredón confortable bajo el que nos cobijamos los días fríos. En tiempos de incertidumbre la nostalgia prolifera y es material sensible que exageran y reinventan los populismos. Frente al temor a lo que nos traerá el progreso prenden las promesas tramposas de retroceder a un pasado utópico de calles seguras, valores firmes, familias felices, trabajos fijos y pisos asequibles.

Las máquinas del tiempo son una ficción. La memoria es una ilusión hecha de retales, de momentos cálidos en los que refugiarnos, pero resulta peligroso y decepcionante creer que podemos regresar a un pasado que nunca existió.

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