![No hay estrategia independentista](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2024/05/15/94404673-kTOE--1200x840@Diario%20Vasco.jpg)
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Hace unos días –antes diríamos «hace poco tiempo», pero a la velocidad actual de los acontecimientos puede parecer que ha pasado una eternidad– el coordinador general de EH Bildu Arnaldo Otegi hizo unas declaraciones en la radio pública vasca, que para algunos no han pasado ... desapercibidas. Explicaba en la entrevista la «estrategia independentista» de su formación a preguntas del periodista. Otegi concretaba tres fases en dicha estrategia: la de acumulación de fuerzas en el terreno político-institucional, la de creación de independentistas mediante la buena gestión institucional y, por último, la de un proceso constituyente amparado en una mayoría social abrumadoramente favorable a la independencia.
Obviamente, en un contexto en el que se nos anuncia que pese a los resultados electorales de EH Bildu la pulsión independentista está bajo mínimos, y más tras el batacazo independentista en las elecciones catalanas, la controversia surge en el propio espacio social favorable a la independencia; principalmente, entre quienes desconfían de querer poner todos los huevos en la cesta institucional y quienes van más allá, al sugerir que la estrategia enunciada por Otegi no es más que una maniobra de distracción para ocultar que actualmente el único objetivo para la izquierda independentista es el poder institucional y que ésta ha asumido, por activa o por pasiva, que la independencia ha dejado de ser el objetivo.
Quienes hayan cometido la imprudencia de haber leído otros escritos míos en las páginas de este mismo diario no se sorprenderán si les digo que no sólo simpatizo con la tesis expuesta por Otegi, sino que voy más allá al decir que no hay estrategia independentista de pizarra que valga o, dicho de otro modo, que la pizarra (o su sustituta contemporánea, la pantalla digital) lo sostiene absolutamente todo, lo que es como decir que no sostiene casi nada.
Hace ya tiempo que tanto en círculos más íntimos como en otros más públicos he sostenido, y sostengo, que el principal plebiscito con el que cuentan nuestras sociedades (insuficientemente) democráticas son las elecciones, aunque el crecimiento sostenido de la abstención en toda Europa amenaza, precisamente, su legitimidad popular. Es en las elecciones, por tanto, donde se mide actualmente la acumulación de fuerzas de cada proyecto político, también el independentista. Afirmo, además, que acumular fuerzas para la independencia desde el trabajo político e institucional a favor de todos los derechos sociales y, en especial, de los de los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, explica por sí solo y de forma muy pedagógica para qué se quiere la independencia o, por decirlo de otra manera, qué modelo de independencia se busca.
También coincido con Otegi en el concepto de creación de independentistas, pero no creo que haya que plantearlo o entenderlo como una especie de «abducción masiva» de grandes sectores de la ciudadanía vasca, sino en una política de continua renovación de contratos sociales con los ciudadanos y las ciudadanas vascas. Sin ocultarles nunca que uno de los principales objetivos políticos es la independencia, se trata de hacer a la ciudadanía vasca, la cual se manifiesta tozudamente como una sociedad mayoritariamente madura, sensata y sumamente pragmática, propuestas tasadas en el tiempo a cambio de su confianza, la cual también tiene fecha de caducidad. De la satisfacción de la ciudadanía dependerá la velocidad y la calidad de cada avance en la cuota de soberanía que se pretenda alcanzar. En ese sentido, tan importante como la «buena gestión» es una gobernanza compartida con la sociedad civil organizada y una política basada en la cooperación con los grandes adversarios políticos, es decir, la capacidad de alentar y tejer grandes acuerdos de país.
Evidentemente, hacer las cosas bien es difícil o incluso muy difícil; en cualquier caso, bastante más difícil que hacerlo mal. El esquema lineal en la pizarra que divide y compartimenta en fases que se suceden un proceso necesariamente complejo y contradictorio está de sobra, si no es única y exclusivamente para ayudar a comprender la complejidad del camino que se emprende. La linealidad sobra porque todo proceso tiene avances y retrocesos y de sobra está ponerse plazos que sólo sirven para alimentar la frustración de quien no puede cumplirlos y sólo contribuyen a aumentar la desconfianza sobre la propia estrategia.
Por último, puede que haya quien no quiera poner su huevo en esa cesta político-institucional y me parece no sólo bien, sino también necesario. Tiene que haber gente, de hecho, la hay y no es poca, abonando ideológica, política y socialmente ese camino hacia la independencia desde otros ámbitos que no son el institucional. Ésos y ésas también son los imprescindibles.
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