Un periódico titulaba hace ahora treinta años: «Eurodisney abre, Billancourt cierra». Se refería a dos acontecimientos encadenados en el plazo de doce días en un radio de 50 kilómetros que anunciaron un cambio de era. El 31 de marzo de 1992 echaba definitivamente la persiana ... la fábrica Renault de la localidad francesa de Billancourt, símbolo de los años gloriosos de la industria europea y bastión de la clase obrera más concienciada. De hecho, fue teatro de importantes movilizaciones sociales, siendo especialmente recordadas las de mayo de 1968. Durante décadas no hubo debate en el seno de la izquierda que no se viera influido por la opinión de aquel ejército compuesto por más de 20.000 trabajadores: «Hay que esperar a que hable Billancourt», era la consigna obligada ante cualquier decisión importante.

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Varios de aquellos obreros ya en paro se manifestaron a las puertas del parque Eurodisney el día de su inauguración, 12 de abril del mismo 1992. Denunciaban que al 'Chernóbil industrial' sucedía ahora un 'Chernóbil cultural'. Quizá exageraban, aun siendo cierto que la secuencia visualizó –para mayor énfasis, con respeto a las tres unidades aristotélicas: de lugar, de tiempo y de acción− el paso de unas sociedades organizadas alrededor de la producción, la industria y la agricultura a una economía que a partir de entonces giraría en torno al consumo, el ocio y el turismo. Una nueva realidad social que redefinió no solo la forma de trabajar sino también los paisajes, el urbanismo y las relaciones humanas, con la esperanza de que la incipiente revolución tecnológica nos dejaría más tiempo libre para disfrutar y reapropiarnos de la vida en toda su potencia, en toda su creatividad. Promesa incumplida.

Y aún hay otro detalle que completa el cuadro: justo en esos mismos años aparece un concepto nuevo, el 'low cost' o bajo coste que rescata para el consumismo a unas clases medias cada vez más fragilizadas y en pérdida acelerada de poder adquisitivo, a la par que irá emergiendo un mercado prémium o de gama alta orientado a quienes pueden pagarse productos y servicios más caros, más selectos y supuestamente más éticos. El consumo se polarizaba.

En suma, un cambio de paradigma socioeconómico en el que el sólido hierro se vio desplazado por el cartón piedra, de la seguridad se pasó a la precariedad, de la vida adulta con todas sus asperezas a una sociedad individualista e infantilizada que hoy se sume en una crisis de la que, a no dudar, volverá a salir transformada.

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