Situémonos en el Cuerno Oriental de África, cuna de la humanidad, hace unos 4 o 5 millones de años. E imaginemos una tribu de homínidos que se alimentaran con cuanto cazaban y recolectaban. No siendo esto suficiente para cubrir sus necesidades, a veces no les quedaba otra que echarse al estómago cualquier cosa con aspecto más o menos comestible.
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Un día en que el hambre apretaba, cierto individuo se fijó en un llamativo arbusto de cuyas ramas pendían unos frutos rojizos de aspecto carnoso. Peló una de esas bayas y masticó las dos semillas que contenía. Su sabor era amargo, pero no parecía tóxico y sí nutritivo. Repitiendo la ingesta notó una agradable sensación de bienestar, la fatiga desaparecía y se volvía más resistente al sueño. Pronto, aquel fruto se incorporó a la dieta de toda la tribu que no tardó en dar con la fórmula perfecta para su preparación: dejar tostar los granos en las brasas.
El descubrimiento del café cambió muchos e importantes aspectos de su vivir cotidiano, pues el 'chute' de energía matutina les permitía acometer la recolección y la caza en zonas más amplias, y por la noche podían planificar incursiones contra sus enemigos cuando estos dormían. Mientras su régimen calórico se fue enriqueciendo nacieron más niños y la tribu de consumidores de café tuvo una vida más desahogada.
Pero es solo el principio de la historia. Pues la cafeína posee la propiedad de inducir cambios en el sistema nervioso central que, a la larga, pueden quedar inscritos genéticamente en el desarrollo del cerebro. Al menos así se ha comprobado en experimentos de laboratorio. De confirmarse, ¿diremos que el café ha influido decisivamente en la conformación de nuestra especie? Sí, probablemente, por cuanto el cerebro tiene la capacidad de sintetizar moléculas a partir de los receptores del mundo vegetal, lo que se traduce en nuevas funciones al servicio de la evolución humana.
Llegamos así a la conclusión de que al fruto del cafeto debemos, además de momentos de placer, buena parte de nuestra constitución física y cultural que la vida moderna no ha hecho sino desarrollar de diversos modos: por ejemplo, en ese acto fundamental de sociabilidad como es citarse 'para tomar un café'. Más lejos fue George Steiner al describir Europa como «un café repleto de gentes y palabras».
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(Desde 2015, el 1 de octubre se conmemora el Día Internacional del Café, orientado a promover su comercio justo y a sensibilizar sobre el trabajo de los cultivadores).
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