Otra historia de corrupción
El oficio de vivir ·
Al vasco Juan Prieto de Haedo lo apodaban 'el Atila de Madrid' por su iniquidad sangrando al sufrido puebloSecciones
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El oficio de vivir ·
Al vasco Juan Prieto de Haedo lo apodaban 'el Atila de Madrid' por su iniquidad sangrando al sufrido puebloHace mucho que una ardilla no puede cruzar la península saltando de árbol en árbol, pero seguimos pudiendo relatar la historia de España en sus sucesivas páginas a través de la corrupción. Desde el siglo XVII a hoy, cada capítulo es ilustrable mediante ejemplos: el ... duque de Lerma, Fernando VII y su viuda, el sistema caciquil de la Restauración, los cuarenta años de latrocinio franquista, y ya en democracia 'los Roldanes', 'Eméritos', 'Pujoles', 'Ratos' y demás ralea patriótica.
Casos célebres que son erupciones de un mal endémico cuya amplitud vamos conociendo mejor gracias al trabajo de historiadores como el profesor Francisco Andújar Castillo, quien nos acaba de descubrir a un personaje inmenso y, sorprendentemente, hasta ahora anónimo más allá del valle de Carranza, su tierra natal donde financió la construcción de una iglesia (los corruptos acostumbran a dar pruebas de piedad): Juan Prieto de Haedo, apodado 'el Atila de Madrid' por su iniquidad sangrando al sufrido pueblo.
Hijo de labradores y sin un maravedí en la talega, emigró de joven a la capital para abrirse un porvenir en el negocio de los abastos ya por entonces en manos de sus paisanos. En pocos años se hizo con el monopolio de las provisiones de carne, pescado, aceite, tocino o cera en la villa y corte. Sobornando a funcionarios y políticos, y especulando con los precios, Prieto levantó un emporio que se extendería a otros ámbitos: el inmobiliario, el mercantil, el financiero, el crediticio..., y por otras latitudes: Asturias, Castilla, Galicia, Murcia...
Sin abandonar aquellos rentables asientos, que siguió manejando mediante testaferros casi siempre vascos y cuyos acaparamientos provocaron un motín del pueblo hambriento, consiguió ser ennoblecido y alcanzó mediante compra –literalmente− importantes cargos en la Administración. Desde tan elevada posición pudo actuar como juez y parte en decisiones que satisfacían su insaciable codicia. El usurero, nada apegado al lujo ni a los signos de ostentación, gustaba manejar dinero contante y sonante que prestaba a las instituciones, a la declinante aristocracia y hasta al mismo rey. Nadie en su tiempo llegó tan lejos engordando sus arcas.
Lo mollar del libro 'El Atila de Madrid' (ed. Marcial Pons) es que desentraña los mecanismos sociales, políticos y económicos que harían posible esa forma de 'modernidad empresarial' en un ambiente de podredumbre moral. Nos habla de la España entre los siglos XVII-XVIII, pero es lectura de provecho para el presente.
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