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Aunque sea soberanamente cansino discutir si ETA nació contra Franco o contra España, es interesante comprobar cuán aparente resulta la supuesta objetividad histórica. Como estamos viendo ante el proyecto 'Herenegun!' -la propuesta del Gobierno Vasco para llevar a las aulas la historia de ETA- por ... ciertos que sean los hechos, del orden en que se narran, de la proporción ente las partes, de las ausencias, de las cargas afectivas, del montaje audiovisual y de otros cien mil factores depende su rigor histórico. Para unos es una «infame barbaridad» el modo en que los vídeos de 'Herenegun!' enfocan nuestra historia reciente y para otros son «una reacción histérica» las críticas recibidas por buena parte de las asociaciones de víctimas. Tal disparidad ya constituye en sí misma toda una lección sobre el peso de la subjetividad en la enseñanza de la Historia.
En el XVI Seminario de la Fundación Buesa sobre 'Víctimas y política penitenciaria' me sorprendió que Alfonso Sánchez, expresidente de la AVT, iniciara su intervención diciendo que «me acuerdo cada día, como si acabara de pasar», refiriéndose al atentado de 1985 del que salió «milagrosamente» con vida. En la pausa del café lo comenté con una participante que me respondió «eso son cuestiones personales», como si la pervivencia diaria de la agresión sufrida no fuera probablemente el soporte psicológico de su compromiso con las víctimas. Unos minutos después, el testimonio personal del familiar de un etarra secuestrado y asesinado me hizo preguntarme si el dolor provocado por las heridas de la victimación es un buen consejero. «Cuestiones personales» también las que narraba el exetarra Urrusolo al afirmar que muchos presos comparten su arrepentimiento pero no se atreven a exteriorizarlo por las presiones que pudieran padecer sus familias.
Cuestiones personales, sí, que nos invitan a considerar que, además de Derecho, Criminología, Sociología y Política necesitamos mucha Psicología, Antropología, Filosofía y Literatura para componer un relato histórico que nos ayude a entender mejor la génesis, el desarrollo y los estragos del terrorismo etarra. Y es que las tentaciones de adaptar «el relato» a las convicciones ideológicas de cada cual no son exclusivas de la izquierda abertzale ni de los partidarios del «empate infinito». Desde Kant sabemos que todos los seres humanos filtramos la supuesta realidad desde intuiciones y categorías subjetivas pero en el fragor de la discusión se nos suele olvidar.
Así, parece que combatimos mejor la herencia etarra si negamos que surgiera contra Franco, si afirmamos que su objetivo principal era incrementar la represión o si atribuimos en exclusiva al nacionalismo la argamasa que le dio vida. Algo de todo ello habrá, no lo dudo, pero me alarma la certeza con la que se hacen diagnósticos sobre un período tan próximo, tan confuso y tan complejo como el de las postrimerías del franquismo, la Transición y la incipiente democracia española.
Serán distorsiones de mi memoria pero yo creía que ETA pasó por diferentes etapas y que de su cuarta y sexta asambleas surgieron partidos maoístas y trostkistas que tuvieron un protagonismo notable en las movilizaciones de los 70. Se menosprecia la influencia del marxismo en aquella época pues la propia HB se nutrió de las experiencias organizativas, de los militantes y de los votos de esa extrema izquierda que quedó arrinconada por la democracia. Se minusvalora lo que algunos han llamado «transferencia de sacralidad» (Juaristi, Sáez de la Fuente, etc.), es decir, el peso que tuvieron los centros parroquiales en sus clubs de montaña, grupos de baile o comunidades de base que abrazaron la llamada teología de la liberación a la hora de legitimar a quienes daban su vida, como Cristo, por la libertad y la justicia social, sí, pero también para que «el pueblo elegido» (el vasco) alcanzara su 'tierra prometida' (la independencia). Había nacionalismo en tal transposición pero no sólo: la huella de Paulo Freire, el Che, mayo del 68, la contracultura y la revolución sexual formaron una amalgama irrepetible con la religiosidad vasca.
Lo que más me aturde en estos tiempos de homenajes a la Guardia Civil es cómo se subestima la represión policial como semillero de la militancia etarra. En nada desmerece a la Guardia Civil actual reconocer que sus cuartelillos eran lugares siniestros durante el franquismo y que buena parte de los etarras de los 60 y 70 iniciaron su militancia tras ser golpeados, perseguidos o detenidos por manifestarse, participar en actividades culturales o reivindicativas o pasar por ahí. Eso también es historia, mal que nos pese, y la represión de las movilizaciones del 75 al 77 contribuyó enormemente a que muchos jóvenes apasionados optaran por las armas y la muerte para encauzar su impotencia, su odio y su dolor por el amigo-vecino-familiar injustamente asesinado, convencidos de que perseguían una causa justa, arropada por Marx o por Sabino. ¿Reconocerlo significa legitimar a ETA o desprestigiar a los cuerpos policiales? No lo creo o no es mi intención, al menos. Gandhi, Luther King y Mandela han dejado atrás, afortunadamente a Lenin y a Mao y ahora sabemos que ni antes ni después del 75 hubo crímenes legítimos. Pero no hay que falsificar nada para ello, ni siquiera que la represión franquista y posfranquista tuvieron una gran responsabilidad a la hora de incubar al monstruo etarra.
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