En su recentísimo 'Eraldeak. Carnaval donostiarra del siglo XIX', Juan Antonio Antero Aranzamendi ofrece una detallada descripción del renacimiento y esplendor festivo de la ciudad entre 1816 y 1900. Entre otras curiosidades, da noticia de la salida en el 'inauteri' de hace 140 años de ... una comparsa formada por capitán, corneta y cuatro jinetes vistosamente engalanados tirando de una cureña que en vez de cañón transportaba una gran jeringa de afilada aguja, y en su armón, la correspondiente caja cargada de peculiar 'munición': agua de Loeches, asa fétida, agua sedativa y otros inyectables propios de la época. Se titulaba 'Primer Regimiento Montado de Jeringuería'.

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La jeringuilla subcutánea era por entonces una invención nueva objeto de fascinación y de terror... igual que el cañón Krupp. No es solo que generase una aversión específica, la tripanofobia o fobia a las agujas, sino que empezó a provocar manifestaciones de pánico social. La primera oleada de ataques con agujas se remonta al año 1819 en París: en pocos meses más de cuatrocientas personas, mujeres jóvenes en su mayoría, sufrieron pinchazos generalmente en las nalgas por agresores camuflados entre la multitud. Por toda Francia se repitieron hechos similares que solo cesaron tras las primeras detenciones y condenas.

En 1978, en pleno centro de Londres, un periodista opositor al gobierno comunista búlgaro recibió un aguijonazo por parte de un transeúnte armado con un paraguas-jeringón que le causó la muerte. El cine popularizaría los 'paraguas búlgaros' como arsenal de los espías de la Guerra Fría. Una década después, las drogas y el miedo al contagio por VIH tuvo su traslación a un pavor colectivo por las agujas de inyección. Canadá conoció una sucesión de punzadas de las que fueron objeto chicas en sus salidas nocturnas acompañadas de mensajes anónimos: «Bienvenida al Sida». Como broma, francamente macabra.

Y fresca en la memoria está la oleada del pasado verano en distintos países europeos, que nuevamente tuvo como víctimas a jóvenes en plena diversión. Hubo cientos de denuncias de punciones que se probaron ciertas, si bien no se acreditó la inoculación de sustancias tóxicas como se temía inicialmente. Aun así, la campaña de gamberrismo machista causó miedo e indignación.

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Ojalá que en este Carnaval, primero tras la pandemia, podamos celebrar de manera pacífica y divertida el triunfo del buen pinchazo de Don Carnal, cual remedo del Regimiento Montado de Jeringuería, frente a la covid Doña Cuaresma.

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