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La sustitución de una infancia basada en el juego por una basada en el teléfono ('smartphone') «es la principal causa de la epidemia internacional de enfermedades mentales en los adolescentes», afirma Jonathan Haidt en la página 168 de 'La generación ansiosa' (Deusto, 2024), un estremecedor ... ensayo sobre cómo nos está cambiando la tecnología.
Centrándose en la infancia y en la adolescencia, Haidt documenta rigurosamente los cambios producidos a raíz de la generalización de los móviles inteligentes (2010-2015): disminuye el tiempo que dedican al juego, al sueño y a estar con sus amigos, así como en su capacidad de concentración. En su opinión nos enfrentamos a toda una adicción, «el móvil es la aguja hipodérmica de hoy», como muestran las crecientes tasas de ansiedad, depresión y suicidios.
A su parecer, la sobreprotección a la infancia, tan manifiesta a partir de los 90, se ha acompañado de una tremenda desprotección ante los peligros de internet en los más jóvenes. En los periodos críticos de su desarrollo (10-15 años) se les ofrece un mundo virtual en donde a la presión de la imagen, el prestigio ('likes') y las comparaciones se suman serios riesgos de ciberacoso y trastornos de identidad que abocan a la tremenda paradoja de sentirse muy solos pese a tener muchos 'amigos' y seguidores.
Por todo ello a Haidt le resulta insensato que la legislación permita el acceso a internet a partir de los 13 años, más cuando las empresas tecnológicas no realizan un control de edad riguroso sino que, por contrario, utilizan estrategias psicológicas para aumentar su clientela a cualquier edad. El autor se dirige a los gobiernos para que legislen al respecto, a los centros educativos para que prohíban los móviles en las escuelas e incrementen los tiempos de juego y de recreo, así como a los padres, para que desarrollen una crianza más autónoma, responsable y lúdica, centrada más en el mundo físico que en el virtual.
Una vez resumidas las aportaciones principales del libro, paso a explicar qué tiene que ver todo esto con la conocida cita de Pascal, «En el corazón del hombre hay un hueco del tamaño de Dios», a la que alude el título de este artículo. Y es que, en su condición de profesor de Liderazgo Ético de la Universidad de Nueva York, Haidt dedica un breve apartado del libro a lo que él llama la «degradación espiritual» que están provocando las redes sociales entre los jóvenes en la idea de que, si no llenamos nuestro 'hueco de Dios' con «algo noble y elevado, la sociedad moderna lo llenará de basura» (pág. 255).
Ahora bien, no nos confundamos, en tanto que Haidt se declara ateo no se está refiriendo a la necesidad de tener una confesión religiosa sino a la conveniencia de cultivar alguna de las prácticas que las diversas tradiciones religiosas nos han transmitido. Viene a decirnos que ese 'hueco de Dios' ha podido crearse tanto por la divinidad misma (según los creyentes) como por el propio proceso evolutivo que habría descubierto en la cohesión social y en la «religación» colectiva y/o trascendente un recurso evolutivo para el desarrollo de la especie.
De un modo u otro, ateos y creyentes coincidirían en que existe una dimensión espiritual, mistérica o irracional, llámese como se quiera, en los seres humanos. Podría ser lo que Viktor Frankl llamaba búsqueda de sentido o a lo que Willigis Jäger, en su delicioso librito 'La ola es el mar', alude cuando afirma que afuera de las confesiones religiosas a veces hay gente más espiritual que adentro.
Sea como sea, Haidt menciona de pasada algunos recursos «espirituales» frente a la hiperinflación ególatra que la dependencia de las redes está provocando, y no solo entre los jóvenes. Nos habla de buscar momentos de «sacralidad compartida», «efervescencia colectiva» que diría Durkheim, que hoy podríamos asociar a fiestas, conciertos, y acontecimientos deportivos y culturales en donde la presencia física, la corporeidad, genera comunión y entusiasmo. Pero también, en sentido contrario, nos habla del silencio, la meditación y el contacto con la naturaleza en pos de quietud, serenidad y disfrute. Podríamos añadir yoga, taichi, 'mindfulness', danza, terapias o cualquier otra herramienta que nos ayude a trascender por un momento la presencia desmesurada de nuestros egos.
En fin, sea en las tradiciones cristiana, judía, islámica, taoísta y demás, así como en las filosóficas y sapienciales, hay toda una dimensión cultural y espiritual que nuestra sociedad en general y nuestro sistema educativo en particular está hurtando a nuestros jóvenes y cuyo conocimiento y práctica podría contribuir a aliviar el sufrimiento psíquico que algunos avances tecnológicos están propiciando. ¡Cuánto se agradecería una asignatura laica de cultura religiosa!
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