![Ideología y gestión del coronavirus](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202003/30/media/cortadas/54180557--624x681.jpg)
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El presidente de México ha exhibido un escapulario como protección ante el coronavirus. Pero no es el único. Otros exhiben el vigor de su ideología para crear un escudo imaginario ante la pandemia. Lo mismo da. Un escapulario o una ideología constituyen recursos imaginarios para ... camuflar la realidad. Esa realidad que nos tiene acongojados y recluidos en nuestras casas. La realidad tiene nombre de virus y sus efectos letales no entienden ni de conjuros, escapularios ni ideologías.
Las ideologías son esos constructos que sirven para mirar la realidad. Tienen mala fama y Karl Marx los equiparaba con la 'mala conciencia'. La conciencia falsa de lo que ocurre realmente. Los políticos, como los sacerdotes, son consumados ideólogos que tratan de engatusarnos con admirables relatos sobre lo que acontece en la realidad. Los curas nos hablan de otro mundo y de otra realidad, mientras que los políticos nos muestran un mundo de leche y miel donde los malos son muy malos y buenos los que siguen sin rechistar al líder ocasional. Las ideologías están muy bien para quien quiera vivir de prestado, pero no sirven para cambiar la realidad ni evitar que el coronavirus nos infecte. Al virus no se le puede vencer con charlas televisivas. Winston Churchill lideró desde la eficacia y la veracidad, no desde la logorrea autocomplaciente.
La gestión eficaz y práctica es lo contrario del ensueño ideológico. La gestión cambia y modula la realidad. La buena gestión puede poner cerco al coronavirus e incluso curarlo. Puestos a soñar como Platón, el gobierno ideal sería no aquel formado por los hombres más sabios, sino por las mejores doctoras y médicos. Pero aún el mejor personal de sanitario posible, necesitaría de buenos gestores que les proveyeran de material sanitario y de instalaciones hospitalarias eficientes y abundantes. Pero dejemos de soñar en estos tiempos de virus y demagogos. La realidad es la que es y disponemos de unos políticos narcisistas y ensimismados, ebrios de ideología que miran a la sociedad con ánimo de hechizarnos. Preocupados por las técnicas de comunicación, olvidan que lo importante no es el medio sino el mensaje. El mensaje claro, eficaz y proactivo que pueda convertirse en pautas de gestión eficaz.
El desolador panorama con el que cada mañana del obligado confinamiento nos encaramos, tiene todas las trazas de lo que Dante Alighieri vio en su descenso a los infiernos: la pandemia se expande, los contaminados aumentan, el número de muertos se acrecienta y los recursos sanitarios no acaban de llegar y algunas instalaciones hospitalarias han colapsado. Ante este panorama muy real y dantesco algunos políticos no tienen otra preocupación que la de preservar su cuota de poder y de pantalla. Alguno de ellos, saltándose la cuarentena impuesta a los demás, nos ha regalado con un sermón pleno de ideología en la que adjuraba de la propiedad privada y ensalzaba las excelencias de lo público, al tiempo que aprovechaba la ocasión para acometer contra el rey. Es un ejemplo de demagogia y falsa conciencia que tan solo sirve para crear encono y exhibir el fatal resentimiento de su alienada y decrépita cosmovisión. Pero es lo que hay. Nuestros políticos no están a la altura de lo que la cruda realidad requiere. El ejemplo de algunas medidas tomadas a bombo y platillo evidencian la ausencia culpable de una gestión rápida y eficaz.
Tiempo habrá, si es que sobrevivimos a esta, para criticar la manera de gestionar la actual crisis por parte del gobierno, pero se evidencian ya algunas malas gestiones y no pocas temeridades. Cuando ya la pandemia era una realidad se promovieron manifestaciones masivas que fueron focos de contagio; cuando el gobierno decretó el estado de alarma lo hizo tras anunciarlo con dos días de antelación, provocando el éxodo de muchos a sus residencias secundarias y propiciando las extensión de la pandemia; cuando, por fin, el Gobierno actuó y anunció el gasto de 200.000 millones, lo hizo sin explicitar los cauces y las condiciones en las que dichos recursos llegarían a sus destinatarios. Todavía se desconoce la letra pequeña de la mayor parte de la lluvia de millones comprometidos por el gobierno. Los recursos sanitarios en forma de uniformes, mascarillas y máquinas de respiración prometidos y siempre postergados, no acaban de llegar. Y mientras tanto la 'autoridad competente' afronta dificultades para vencer los remilgos soberanistas de Cataluña y Euskadi a la hora de hacer efectivo el despliegue de la UME. El nacionalismo vasco y el catalán anteponen la ideología a la acción y tratan de evitar el 'contagio ideológico' que supone, para sus estrechas y sectarias entendederas, la colaboración del Ejército de todos; incluidos vascos y catalanes.
Es difícil evitar la impresión de que nuestra mediocre clase política está, en su mayor parte, formada por demagogos ebrios de ideología y con graves carencias de gestión. Al virus no se le puede vencer con ideologías y sectarismos, hace falta gestionar con eficacia. Nos va en ello la vida.
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