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Cuatro años de legislatura son demasiados para presumir que los otros partidos se prestarán a alternarse en su apoyo a un gobierno socialista en minoríaEl recuento de votos en la noche del 28 de abril despertó dos ilusiones que han ido desvaneciéndose a lo largo de esta semana. Una, la esperanza de que 'la segunda vuelta' del 26 de mayo ofrecía una segunda oportunidad a las formaciones que salieron peor paradas de las generales. La otra, que la indiscutible victoria de los socialistas brindaba a estos la posibilidad de gobernar en solitario y sin especiales ataduras con el resto de los grupos parlamentarios. Fueron ilusiones inmediatas, que surgieron al calor o en la intemperie del escrutinio electoral, según el caso. Impulsos voluntaristas que, por noticiables, encontraron fácil acomodo en la opinión pública. Parece mentira que ya hayan pasado trece días de la votación de Congreso y Senado; y que en medio de esta segunda campaña destaquen más los silencios que el ruido propio de la refriega partidaria. Sin duda porque los resultados del 28-A no tienen remedio. Ni quienes entonces se vieron perdedores están en condiciones de apelar a la remontada, ni quienes salieron triunfadores pueden cebarse en la postración psicológica de los demás.
No era necesaria la encuesta del CIS para advertir de que la única perspectiva plausible que puede manejar el PP de Pablo Casado es quedarse como está en autonomías y ayuntamientos. Bastaba con la proyección de las generales para hacerse la idea de que, más allá de las posibilidades que tenga el centroderecha para recuperar Navarra, el resto de las incógnitas apuntan a la eventual pérdida de asentamientos tradicionales de los populares; bien a favor del PSOE, bien a favor de Ciudadanos. La mezcla de aturdimiento y nerviosismo con que se expresan los dirigentes del PP denota que esta vez ni siquiera cuentan con la posibilidad de llamar la atención de los indecisos. Solo bastarían un par de enganchadas más entre Casado y Rivera en lo que resta de campaña para que el Partido Popular dé al traste con sus expectativas de mantenerse tal cual quedó el 28-A, sin más descalabros en cuanto al poder territorial y local, y salvando la comprometida papeleta de las europeas.
El terreno en el que se juega la segunda vuelta del 26-M no es el más propicio para Unidas Podemos. Es donde además se notarán los efectos reales de la división. Parece imposible que mejore posiciones; tanto respecto al 28-A como a los comicios de hace cuatro años. Con la contrariedad de que casi todo lo que pudiera perder en votos irá a parar al PSOE, mientras Iglesias admite que deberá conducirse sin impetuosidad para convencer a Pedro Sánchez de que puede resultarle un socio valioso y fiable. La imagen aun más subalterna de Unidas Podemos, con unos resultados que le resten autoridad para continuar insistiendo en la necesidad de un gobierno de coalición, no solo debilitaría sus posibilidades para hacerse valer en la gobernación del país. Un 26-M a la baja podría conducir a Unidas Podemos a tener que distanciarse del PSOE de Sánchez.
Es elocuente que los dirigentes socialistas hayan dejado de hablar de la «geometría variable» y de la cultura del entendimiento para explicar su deseo de gobernar en solitario. Deseo que comparten como mal menor todos aquellos que preferirían no ver a Unidas Podemos en el gobierno del país o condicionándolo directamente. La «geometría variable» no depende únicamente de la voluntad de quien pretende gobernar en minoría mediante acuerdos múltiples y en diversas direcciones. Es imprescindible que ese modelo de gobernación sea compartido, en este caso, por formaciones a la izquierda y a la derecha del PSOE. No es fácil que Ciudadanos y Unidas Podemos se presten a alternarse como socios ocasionales de Pedro Sánchez, de modo que éste deberá renunciar a la «variabilidad» que dirigentes de su círculo más próximo anunciaron tras el recuento electoral. Además, la «geometría variable» choca siempre con el hecho de que la política no es un espacio infinito, dado que no lo son ni las posibilidades de la legalidad en cada momento ni las disponibilidades presupuestarias y el sentido de la recaudación. Cuatro años de legislatura son demasiados como para presumir que los otros grupos se responsabilizarán durante todo ese tiempo de dotar de estabilidad a un gobierno socialista en minoría.
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