Ilustración a bofetones
El oficio de vivir ·
Hombres inteligentes, qué duda cabe, pero incapaces de amaestrar al tonto que todos llevamos dentroSecciones
Servicios
Destacamos
El oficio de vivir ·
Hombres inteligentes, qué duda cabe, pero incapaces de amaestrar al tonto que todos llevamos dentroLudwig lo tenía todo en la vida: fortuna económica, genialidad intelectual, sensibilidad artística y elegancia natural. Pero adolecía de un serio defecto: le irritaba no ser entendido y, en esas, reaccionaba de la peor manera. Era hijo de una de las mayores fortunas de Europa, ... Karl Wittgenstein, apodado 'el barón del acero', gran mecenas de los artistas de la Secesión vienesa. Estudiando ingeniería Ludwig quedó fascinado por las matemáticas, ciencia exacta de fundamentos inciertos, y en su exploración llegó a la lógica. Hace un siglo, en 1921, publicó un tratado breve pero de tal importancia que cambiaría los rumbos del pensamiento moderno.
Ludwig pensó que su libro ponía punto final a la historia de la filosofía, así que regaló su herencia y, cual misionero de la diosa Atenea, se instaló como maestro rural en un pueblecito al norte de Austria. Puso en práctica innovadores métodos didácticos (esqueletos animales, excursiones científicas, nuevo vocabulario pedagógico...), pero los resultados estuvieron muy por debajo de sus ambiciones. Las dificultades cognitivas de muchos alumnos le sacaban de quicio. Tras reiterados episodios de brutalidad, fue denunciado por propinar una paliza a un chico al que dejó inconsciente. Así acabaron sus seis años como docente. «Aquí la gente es tan estrecha de mente que es imposible emprender nada con ella», soltó como portazo.
En nuestra época de escolares, estas primeras fechas de septiembre eran de expectación y desasosiego. Nuevas aulas, materias y profesores sobre los que llegábamos informados por los mayores. Nos aterraban los pegones. Y a menudo esos temores se confirmaban. En mis recuerdos aparecen como particularmente energúmenos (léase poseídos por la furia) varios sacerdotes que impartían Religión. También ellos, como Wittgenstein, utilizaban material moderno como lo eran entonces las filminas para la explicación de los contenidos doctrinales. Los más rebeldes o refractarios a las verdades eternas recibíamos 'clases particulares' a reglazos y bofetones. Barrunto que nuestro precoz agnosticismo proviene de esa vivencia dolorosa y humillante.
Ni uno de los mayores filósofos de todos los tiempos, Ludwig Wittgenstein, supo enseñar matemática a sus párvulos, ni aquellos hombres versados en Teología consiguieron transmitirnos el amor infinito de Dios. Hombres inteligentes, qué duda cabe, pero incapaces de amaestrar al tonto que todos llevamos dentro. Incapaces de ver que en ausencia de ternura no hay verdadero aprendizaje.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.